No denunciable



“Por no gritar pidiendo ayuda a los de la ciudad” (Deuteronomio 22:24)

La frase que encabeza esta reflexión procede de ese horrible capítulo de Deuteronomio que describe con una crudeza impresionante la forma en que debían ser tratados los “pecados sexuales”, de algún modo validando lo que sería la práctica en el cristianismo posterior de considerar todo lo sexual peor que otras conductas igual o más nocivas.

Al analizar estos textos lo que no suele decirse es la situación en la que se encontraba la mujer y que, aunque ha cambiado radicalmente en muchos países, aún sigue siendo más o menos similar al Antiguo Testamento en otros contextos donde los varones tienen la preeminencia en todo.

Uno de los problemas del abuso “íntimo” o que se da en vínculos de relaciones interpersonales es que a menudo no es denunciable, y se produce lo que señala el texto bíblico, una mujer culpabilizada de lo que le ocurre, simplemente, porque no grito suficientemente alto para ser escuchada.

Muchas mujeres terminan detestando la sexualidad, por la manera en que son tratadas y la forma en que se gesta la relación. El placer no es privativo del varón. En la constitución física y emocional tanto del sujeto masculino como del femenino existe la capacidad de goce pleno de la sexualidad. El problema se suscita cuando se da en contextos de obligatoriedad o derechamente, de situaciones forzadas, allí pierde todo sentido.

Un elemento básico de la sexualidad humana es que tiene que ser, por una parte una “relación”, es decir, un vínculo entre dos partes, y ser libre, lo que conlleva el ser consentido. Cuando esos dos elementos no están presentes, entonces, se tergiversa la vinculación sexual y se convierte en algo que produce displacer, y efectos asociados a eso, como culpa, vergüenza, repugnancia, rechazo, sentimientos de minusvalía, etc., todo lo contrario que produce una relación sexual sana, libre y consentida. Volver al diseño divino implica pensar honestamente en los propósitos divinos para la sexualidad y vivirlos de manera espontánea, saludable y apegado a derecho y justicia, no hay otro modo sano.

Del libro inédito Ser mujer no es pecado
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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