“No será humillado al discutir con sus enemigos en la puerta de la ciudad” (Salmo 127:5)
En su libro Metáforas de la vida cotidiana, George Lakoff, lingüista y profesor en la Universidad de California, sostiene que una de las dificultades que los seres humanos tienen es que cuando discuten o plantean ideas suelen utilizar un lenguaje de guerra. En ese contexto plantea que “una discusión es una guerra” y se usan frases como: “Tus afirmaciones son indefendibles”, “atacó todos los puntos débiles de mi argumento”, “sus críticas dieron justo en el blanco”, “destruí su argumento”, “nunca le he vencido en una discusión”, “¿no estás de acuerdo? Vale, ¡dispara!”, “si usas esa estrategia, te aniquilará” (Lakoff, 2004: 40).
Visto así, cada vez que hablamos de algo se tiende a ver a la persona con la que compartimos ideas como un oponente. “Atacamos sus posiciones y defendemos las nuestras. Ganamos y perdemos terreno. Planeamos y usamos estrategias. Si encontramos que una posición es indefendible, la abandonamos y adoptamos una nueva línea de ataque” (Ibid., 41). Esta forma de ver hace que la conversación o la confrontación de ideas se convierta en una guerra, y visto así desde un principio, sólo se crean enemigos y contrincantes.
Lakoff nos invita a imaginarnos una sociedad donde la discusión no sea vista en términos de guerra. Donde no se trate de ganar ni de perder, atacar o defender, recuperar o ceder terreno, sino más bien, donde la exposición de ideas fuera vista como una danza, ejecutada de manera estéticamente agradable y de forma equilibrada.
Ni aún de temas espirituales la gente es capaz de hablar sin recurrir a la confrontación, el lenguaje bélico y el ver al otro como un oponente, simplemente, porque tiene un punto de vista distinto.
¿Qué son los puntos de vista? Eso, lo que la expresión dice. Un punto de vista, una mirada desde un sector, que no es global ni absoluta, sino que refleja una parte del problema o de la mirada hacia la cuestión que se analiza. Sin embargo, no hemos sido educados para ver en el otro a alguien que también ve la realidad, desde un ángulo diferente, y que es también válida, como nuestra perspectiva.
El temor al relativismo lleva a muchos a convertirse en dogmáticos que no admiten discusión sobre lo que ellos consideran “su verdad”. Triste y real.
Del libro inédito Superando obstáculos
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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