“¡Oh, si él me besara con besos de su boca!” (Cantares 1:2)
El 1902 en el Electric Theater de Los Ángeles se anunció que se exhibiría por primera vez en la historia del cine la filmación de un beso. Era la época del cine mudo. Las películas eran acompañadas por música en vivo. Un pianista improvisaba a medida que se sucedían las escenas.
Se anunció como “El beso de Mary Irvin y John C. Rise”. Lo que muchos ignoraban era que esta pareja de comediantes iban a atraer las iras de los puritanos y el escándalo de gente que creía que besarse en escena era un atrevimiento y un desacato a la moral. Luego se instauró la moda de terminar las películas con un beso. La película Jamás besada vuelve a dicha práctica, aunque este caso sea el centro mismo de la película.
Hoy en día la mayoría de las películas comienza con un beso. El resto ya es historia. No se imaginaban en 1902 lo que ocurriría posteriormente en el cine.
El sexo vendido en pantalla se degrada. Se convierte en medio de exhibición de cuerpos que se acarician, pero, pierden relevancia ante el sentido del verdadero amor.
Muchas películas estarían mejor sin esas escenas de sexualidad explícita, que en la mayoría de los casos son un recurso de enganche para quienes tienen tendencias voyeristas.
Dios inventó el sexo, sin embargo le dio un valor sagrado. Lo circunscribió a la relación matrimonial para que una pareja pudiese encontrar alegría en el placer. Sin embargo, no fue por la sensualidad misma sino por la comunión que una pareja alcanza en un proceso de comunicación y crecimiento personal que tarda años en afianzarse bien. Las relaciones sexuales casuales nunca logran la comunión emocional que una pareja necesita para convertirse en tal. Bien lo sabe el creador.
“El amor verdadero entre el hombre y la mujer no se realiza perfectamente más que en el matrimonio” (Walter Trobisch)
Del libro inédito Historias de cine
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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