“El rey que juzga con verdad [a] los pobres, su trono será firme para siempre” (Proverbios 29:14).
Una de las cosas sorprendentes del cine es que cuando uno cree que ya se han agotado todas las posibles versiones de una historia surge una perspectiva nueva que nos hace revisar nuestra comprensión del mismo hecho.
No sé cuántas versiones he visto y leído sobre este personaje, Robin Hood, héroe y bandido, propio del folklore inglés del medievo. Se supone que vivió en algún momento entre el siglo XII y XIV.
Se supone que era un varón llamado Robin Longstride o Loxsley. Estaba al margen de la ley y vivía en el bosque de Sherwood y de Barnsdale, cercana a la ciudad de Nottingham.
Es conocido por haber puesto sus habilidades como guerrero al servicio de los pobres a quienes defendía del sheriff de Nottingham y el príncipe Juan sin Tierra. Dos hombres que abusando de su poder abusaban escandalósamente de los pobres y de quienes menos tenían.
Robin Hood, señala la leyenda, robaba a quienes habían obtenido su riqueza de una manera injusta, y luego distribuía el dinero entre los pobres.
La película de Ridley Scott da un giro distinto a la historia situando al personaje antes de que se rebele en contra del príncipe y el sheriff, aunque el resultado es el mismo, en términos de defensa del más necesitado.
Es fácil caer en los discursos y en la molestia por lo que sucede con los pobres, otra cosa muy distinta es tomar decisiones para hacerse cargo de la realidad que viven los necesitados.
El cristianismo no consiste en discursos sino en acción. Jesús no vino a dar sermones, sino a actuar. Su vida estuvo llena de acciones concretas en favor de los necesitados y los enfermos. Los que le seguimos no podemos ser menos, él es nuestro ejemplo.
“Cuando los ricos hacen la guerra son los pobres los que mueren” (Jean Paul Sartre).
Del libro inédito Historia de cine
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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