“Dichoso el que piensa en el débil; el Señor lo librará en el día de la desgracia” (Salmo 41:1)
El “pensar” bíblico no es teoría sin práctica ni elucubraciones sin asidero en la realidad. Quien piensa, actúa. Pensar en el débil es actuar a su favor y es lo que comunica con certeza este versículo.
Cuando somos fuertes no se nos ocurre que en algún momento podemos ser débiles. Muchos se olvidan de la fragilidad humana y de los cambios que pueden ocurrir de un momento a otro sin que podamos hacer nada. Tienen una memoria peligrosamente irresponsable cuando desprecian al débil creyendo que nunca vivirán una situación tal.
Por eso este versículo tiene dos partes, alaba al que apoya al débil, y le recuerda que por haberlo hecho en el día de la desgracia, Dios no lo dejará de lado. Todo lo que sembramos eso cosechamos, recibimos de vuelta el bien que hacemos, y, terroríficamente, también el mal.
La vida es una gran rueda. En algún momento podemos estar en la parte superior de la rueda, pero esta sigue girando y en otro momento nos tocará estar debajo. Ser capaz de mantener la ternura, la bondad y la capacidad de altruismo cuando somos fuertes, es lo que diferencia a la gente de bien de quienes obran mal.
Un hombre rico ayudó de manera desinteresada en algún momento a uno de sus empleados. Lo hizo sin esperar nada a cambio, exclusivamente porque sabía que era correcto. Con el pasar de los años su empleado dejó el trabajo y se fue lejos a vivir a otro país y no volvió a saber de él. En algún momento la industria cambió y su empresa, otrora próspera comenzó a tener pérdidas. Un día apareció en su oficina un joven elegantemente vestido. Le dijo que venía a ayudarle. Que deseaba invertir en su empresa para salvarlo de la bancarrota y de esa forma colaborar para que no cerrara su empresa. El hombre se quedó estupefacto. Temeroso de que aquello fuera una trampa le preguntó por qué hacía eso. El joven sacó una foto y se la mostró y le dijo, mi padre logró construir un imperio financiero, y me encomendó que siempre estuviera pendiente de usted por si llegaba a necesitar algo. Al hombre se le llenaron los ojos de lágrimas y le dio las gracias. Preguntó por su padre y supo que había muerto, pero, le dijo: Él nunca olvidó lo que usted hizo por él cuando lo necesitó.
Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito:
SALMOS DE VIDA
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