“¡Ay de vosotros, que dictáis leyes injustas y publicáis decretos intolerables” (Isaías 10:1)
Miguel Servet (1509-1553)
Solemos alabar la mente brillante de Juan Calvino, pero existe un silencio cómplice con su lado más oscuro, el de tirano y asesino. A lo largo de los años se ha mantenido un silencio “políticamente correcto” en relación a los asesinatos que propició y a las personas que desterró, simplemente, por tener ideas diferentes a las de él.
Ginebra fue espectadora de los desvaríos del reformador. En 1546 había más de 20 mil habitantes en esa ciudad. Estando en el poder Calvino hizo uso del estado para infligir penas sumamente severas y violentas; en 1546 cincuenta y ocho personas fueron ejecutadas y setenta y cinco desterradas, un número demasiado alto para una población tan pequeña.
Su víctima más famosa fue el teólogo y científico español, Miguel Servet. Participó de los ideales de la Reforma Protestante, sin embargo desarrolló una cristología contraria a la Trinidad. Por esa razón fue repudiado tanto por los católicos como por los protestantes. Mientras huía fue arrestado en Ginebra, sometido a juicio y condenado a morir en la hoguera por orden del Consejo de la ciudad y las iglesias Reformadas de los cantones, cuando en ella predominaba la influencia de Juan Calvino.
Calvino le tomó especial rencor por las ideas que había desarrollado Servet. Por años tuvieron un intercambio epistolar, en algún momento Calvino le envió a Servet su libro “Institución cristiana”, la cual fue devuelta con numerosos comentarios hechos en los márgenes del libro, cuestión que Calvino consideró un insulto y lo amenazó que si alguna vez ponía un pie en Ginebra no saldría vivo de allí.
Por razones que nunca han estado claras, Servet en su huida de la Inquisición pasó por Ginebra. Allí fue apresado, juzgado y condenado a muerte por sus ideas. Su muerte en la hoguera fue particularmente cruel. Pusieron madera verde y en la cabeza un gorro con azufre, lo que provocó indecibles sufrimientos al pensador español.
Cuesta creer que todo eso sucedió por diferencias teológicas. Muchos en la actualidad harían lo mismo si pudieran. Es lamentable que por ideas diferentes las personas deseen lo peor a sus adversarios. Triste espectáculo que los cristianos dan a quienes por esa razón terminan desconfiando de Cristo. Ninguna diferencia teológica debería justificar la violencia.
Del libro inédito Héroes y heroínas de verdad
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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