Amor al poder



“Dinos con qué autoridad haces esto —lo interrogaron—. ¿Quién te dio esa autoridad?” (Lucas 20:2)

Uno de los males del ser humano es el amor al poder que se convierte en megalomanía cuando es ambición desmedida. Los rasgos del megalómano pueden ser escondidos de muchas formas, pero tarde o temprano se manifiestan en toda su dimensión.

Cuando importa más el poder que el servicio, entonces, se está frente a alguien que hará lo que sea para mantenerse con su cuota de poder. Cuando el poder y mantenerse en él está por sobre el respeto y consideración a las personas, entonces, no hay duda, se está frente a un megalómano.

Cuando Cristo vivió en esta tierra, la pregunta más recurrente que le hacían los amantes del poder era sobre la autoridad con la que hacía lo que hacía. En realidad, le preguntaban sobre quién lo había autorizado o bajo qué mandato obraba así. Es sintomático que Jesús nunca habló ni respondió a esa demanda, al contrario, la ironizó.

Finalmente, fueron los mismos que increpaban a Jesús los que lo asesinaron, o al menos, tramaron para que se efectuara el homicidio. No les importó saber si Jesús decía la verdad. No quisieron ver sus obras. No buscaron conocer si había en él coherencia o no. Ni siquiera se molestaron en ver los milagros que Jesús realizó. Lo único que les interesaba es que Jesús suponía un desafío a su poder, y eso, les resultaba intolerable. Siempre ha sido así. Al megalómano no le interesa la verdad, adora el poder.

Cualquier cuota de poder pone a prueba la verdadera naturaleza de una persona.

“Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder” (Abraham Lincoln).


Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez, 2013
Del libro inédito: Reflexiones al amanecer
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1 comentario:

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