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Prioridades



Una verdad que a menudo se pasa por alto es que la vida consiste en establecer prioridades, decidir efectivamente qué será primero, segundo y tercero en nuestra vida. Las prioridades condicionan nuestra existencia, así sin más. Si no hay prioridades claras, entonces, todo se confunde.

Cuando se establecen prioridades los seres humanos lo que hacen es seguir patrones y modelos aprendidos de sus familias de origen. Si el padre dedicaba más tiempo a su trabajo que a su familia, probablemente, ese será el tipo de conducta que tendrán los hijos. Si la madre optó por trabajar mientras los niños eran pequeños, tal vez, algunos hijos lo considerarán normal y harán lo mismo, y así sucesivamente. No nacimos en el aire, somos herederos de una cultura familiar que en ocasiones traspasa varias generaciones.

Las prioridades de un modo u otro nos van dando las pautas para establecer lo importante y lo secundario.

¿Cuáles son las prioridades para una persona casada que es cristiana?

En primer lugar, Dios. Tal como dice el texto de hoy, cuando Dios es primero todo lo demás viene por añadidura. La convicción de la fe hace que todo se ordene de una manera natural.

Luego de Dios es el lugar para el cónyuge. Un matrimonio cristiano entenderá que nada hay más importante en sus vidas que atender las necesidades de su pareja.

Si tienen hijos, es necesario poner a los hijos luego de la atención de la pareja. Si los cónyuges están bien los hijos también lo estarán. Por esa razón, los hijos vienen después de la pareja.

El trabajo, es fundamental luego de atender lo anterior. Uno de los males que enfrentamos en la actualidad es que el trabajo ha suplantado a Dios y a la familia. Muchos dicen que trabajan para darles lo mejor a sus hijos y a sus cónyuges, sin embargo, al no establecer prioridades claras terminan cometiendo el error de transmitir un mensaje equívoco. Dejan a un lado a los que supuestamente aman más.

Del libro inédito Lazos de amor
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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El derecho a ser feliz



La felicidad es un derecho no un privilegio. Ser feliz debería estar en el horizonte de cualquier ser humano y no vivirlo como si fuera una mera anécdota en su vida. Muchas personas, especialmente mujeres, entran a la vida matrimonial conformándose con “migajas de felicidad”, la vida a la larga, muestra que por ese camino sólo se consigue ser tremendamente infeliz. No es extraño que la depresión abunda en mujeres casadas, lo que es una paradoja, al contrario de varones, donde la depresión abunda en varones solteros.

El psiquiatra español Enrique Rojas en su libro La conquista de la voluntad afirma que “la felicidad consiste en tener un proyecto de vida coherente y realista, que nos impulsa con ilusión hacia el futuro” (Rojas, 1997:30). La clave de la propuesta de Rojas es el concepto “proyecto de vida”, sin una proyección de la vida, no se avanza y no se sabe hacia dónde se va. Sin embargo, para que dicho proyecto tenga sentido, tiene que ser “coherente” y “realista”. No se puede planear en el abismo, es preciso avanzar de un modo u otro.

Muchos matrimonios fallan por falta de proyección. Viven, o más bien, sobreviven, dejándose llevar por la inercia, sin detenerse a meditar en las implicaciones de sus vidas. Cuando no hay un proyecto claro, sostenible y realista, entonces, la vida comienza a ser aplastada indefectiblemente por la rutina, el cansancio existencial y la sensación de no avance, que se torna más y más asfixiante.

Los matrimonios que logran salir airosos, son los que proyectan sus vidas, y no me refiero sólo a acumular bienes, porque aún eso no tiene sentido si no hay un proyecto claro. Se trata de darle sentido a la existencia.

Se logra la felicidad en la medida en que se alcanzan las metas del proyecto de vida, pero es básico generar un proyecto, porque de otro modo, no se sabrá si se ha conseguido lo que se esperaba y si se avanza hacia lo que se ha soñado. La vida no funciona de manera casual, sin planeación no se avanza y eso vale también para las parejas. Tener un norte le da un sentido a la existencia y les permite a los que se aman priorizar y ordenar su vida.

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Cambios



El único que tiene la prerrogativa de no cambiar es Dios. La divinidad se mantiene estable en propósitos, esencia y no está sometida al devenir temporal, como lo estamos los seres humanos.

En cambio, la humanidad por esencia, es cambiante. No existe humano que se mantenga estable a través del tiempo en nada. Cambian paradigmas, modos de ser, metas, sueños, y expectativas. Cambia el cuerpo y la vida. Nos vemos sometidos a un sin fin de situaciones nuevas que ameritan decisiones novedosas y creativas. No es posible quedarse en lo mismo durante mucho tiempo.

Hasta la era pre-industrial la mayoría de las personas tenían vidas más o menos estable, al menos, en lo que se refería a expectativas de vida. Como señala el sociólogo Zygmunt Baumant, el trabajo ocupaba el centro de la vida y la mayoría de las personas podía aspirar tranquilamente a tener el mismo trabajo el resto de la vida, pero las condiciones cambiaron. “El proyecto de vida podía surgir de diversas ambiciones, pero todas giraban alrededor del trabajo que se eligiera o se lograra. El tipo de trabajo teñía la totalidad de la vida; determinaba no sólo los derechos y obligaciones relacionados directamente con el proceso laboral, sino también el estándar de vida, el esquema familiar, la actividad de relación y los entretenimientos, las normas de propiedad y la rutina diaria” (Baumant, 1998:34).

En cierto modo, era más fácil. Todo estaba más o menos preestablecido. Alguien podía aspirar estar 30 años o más en el mismo lugar de trabajo y por ende, en la misma ciudad y bajo condiciones similares siempre. Las cosas cambiaron. Ahora se exige más. Se supone que las personas en el siglo XXI han de cambiar al menos tres o cuatro veces de trabajos en el transcurso de su vida. Eso implica reconsiderar el proyecto de vida más de una vez. Exige a las parejas más compromiso y honestidad consigo mismas para poder orientar sus vidas hacia un propósito nuevo. Ahora más que nunca se necesario tener un gran proyecto de vida que guíe todo. Sin un proyecto andaremos a la deriva, y lo más complejo, es que al no saber a dónde vamos, nunca sabremos si hemos llegado o no a lo que anhelamos. Aunque un proyecto de vida no estático, al menos sirve de guía.

Del libro inédito Lazos de amor
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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Amor y sufrimiento



La segunda acepción sobre el concepto amor que aparece en el Diccionario de la Real Academia Española dice que es un “sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear”. Por muy docta que nos pueda parecer esta definición contiene algunos elementos que son preocupantes.

El primero es la idea de que el amor nos “completa”, basada en el falso mito de la media naranja que ya vimos en una reflexión anterior. La segunda es insinuar que es el amor el que nos “alegra y da energía para convivir”. Dicho así sin más genera un mito muy arraigado en la mente de la mayoría de las personas: El amor no aleja del sufrimiento y cuando hay sufrimiento no hay amor.

Eso ocurriría en un contexto ideal o idílico, pero la realidad, es que las personas normales sufren. No solo porque de pronto tienen que enfrentar la realidad de que sus expectativas distan mucho de lo que realmente viven, sino porque tienen que aceptar que su pareja es una persona normal con características débiles y fuertes, que no siempre nos agradan del todo.

Lo cierto es que el amor exige límites, de otro modo, podemos enfrentarnos a situaciones difíciles y llenas de conflictos. Tal como señala Francesc Núñez, sociólogo e investigador en emociones de la Universitat Oberta de Catalunya, “si en las parejas no se establecen unas normas justas, muchas veces el amor, que debería de ser un motivo de felicidad, acaba por convertirse en una fuente de dolor” (Citado por Fita, 2019).

Un buen amor debería darnos esperanza y ayudarnos a no sufrir, pero, no estamos libres de enfrentar situaciones complejas que provoquen dolor. El secreto está en luchar por el amor y no dejarnos aplastar por aquellos momentos en que las lágrimas no nos dejan ver el panorama completo. Mirar más allá del dolor puede darnos la certeza de que el amor si puede ayudarnos a enfrentar situaciones difíciles y salir airosos. Por amor, vale la pena intentarlo y no quedarnos sumidos en la tristeza.

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Media naranja



Un mito repetido hasta la saciedad es que todos tenemos una “media naranja” lo que implica en la práctica que estamos incompletos y necesitamos a alguien para que nos complete. Desde esa perspectiva no estaríamos completos hasta encontrar la otra mitad. El mito suena bonito, pero es falso. La realidad, es que todos nacemos completos, plenos, totalmente humanos, sin necesitar a nadie para que complete nuestra humanidad.

Nadie merece la carga de creer que tiene que ser el que “complete” la vida de otra persona, ni la expectativa de esperar que sea otra persona la encargada de darle sentido a tu vida, por estar incompleto. En ambos casos, se agrega una presión a la pareja que es absurda.

El mito lo inventó Platón y es parte de su diálogo El banquete, donde sugiere que todos los seres humanos andamos por la vida buscando de manera incesante a alguien que complete nuestras falencias y debilidades, y nos aporte todo aquello que nos falta. Una idea que en la práctica conduce a la frustración y la desilusión, al darnos cuenta que todos los seres humanos somos fuertes en algún aspecto y débiles en otro, y nadie, puede, completamente satisfacer las expectativas de plenitud que el mito nos hace creer equivocadamente.

La realidad es que todos somos personas completas y no necesitamos a nadie para que nos haga felices. Es esa falsa expectativa la que genera un montón de frustraciones e ideas fantasiosas, que entre otras cosas, nos quita la habilidad de gestionar nuestra propia vida, y crea la pasividad de la espera para que venga alguien a hacer por nosotros lo que nos corresponde hacer a nosotros mismos.

La pareja es una buena idea, pero no todo el mundo está obligado a vivir en pareja, es una elección personal, y no significa que otro vendrá a hacer por nosotros lo que nos corresponde, es decir, hacernos cargo de nuestra propia vida y de nuestra felicidad.

Depender de otra persona para ser feliz es pavimentar un sendero de desilusiones y angustias innecesarias. Los seres humanos somos demasiado complejos para que podamos completar a otra persona, al menos, podemos acompañar y ser amigos, lo que ya es mucho.

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El amor que ciega



El amor, como todo lo importante que le ocurre a los humanos, está lleno de mitos, que repetidos una y otra vez, le dan una aparente sensación de verdad, pero, por mucho que algo sea repetido eso no lo convierte en verdad.

Muchos creen que las parejas deben compartir todos los gustos y aficiones, o se sostiene, infundadamente, que uno y otro son responsables de la felicidad de su pareja. “Me he casado para que me hagan feliz”, es lo que más se repite. Otros, apelan a otra variantes del mito como “él y yo somos una sola persona, pensamos igual”, “hacemos todo juntos, porque nuestros intereses son comunes”, “nada hay que nos desagrade, todo lo que hacemos es en la misma dirección”, y un gran etc. de frases que solo reflejan la ceguedad cognitiva de muchos que no entienden ni la naturaleza del amor ni el significado de la individualidad.

Al leer estas frases, sin el contexto, fácilmente pueden ser criticadas como excesos y falta de análisis, el problema, es que cuando se formulan en conversaciones o propuestas amorosas, parecen tener sentido, y embebidos de la situación, no logran percibir la naturaleza de su equivocación y la posibilidad cierta de frustración, porque nada de eso es posible.

Cuando se tiene este mito en mente se genera un estado obsesivo por encontrar a una persona que nos permita “vivir”, “ser feliz” o “comenzar una vida nueva”, como si todo lo anterior que hemos vivido no existiera ni importara.

Es demasiada presión, para cualquier ser humano, el creer que uno llena todas las expectativas de alguien, eso no sólo es imposible, sino que además, suena a fantasía utópica. Los seres humanos somos una combinación de aspectos positivos y débiles. En muchas ocasiones tendremos opiniones divergentes a nuestra pareja, y nos apetecerá realizar algo diferente, y eso no significa amar menos ni desconsideración, implica simplemente, que al ser pareja no perdemos una de las características esenciales de todo ser humano, el ser un individuo. Nadie debería renunciar a sí mismo por amor, eso es inhumano y pedirle demasiado al amor.

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El amor no todo lo puede



Un mito común en relación al amor y que es repetido hasta la saciedad, por muchas personas, especialmente en contextos religiosos es que el “amor todo lo puede”. Suena tentador pensarlo y creerlo. La idea de que si existe amor eso es garantía para superar cualquier situación que surja es sutilmente enceguecedora. No permite ver la realidad. Basados en esta perspectiva errónea muchos llegan a pensar, que si hay problemas en el camino, eso es señal de que no hay amor. Esta es otra idea del amor romántico tóxico que inunda a la sociedad actual, de la mano de ideas infantiles producidas en televisión, en el cine y la literatura.

La realidad es todo lo contrario. Los seres humanos no viven en un mundo idílico, sino en uno donde surgen problemas, desavenencias, desencuentros y situaciones fortuitas que dejan a la pareja sin las herramientas suficientes para gestionar dicha situación.

Se habla, en este contexto, de “parejas ideales”, “amor perfecto”, “idilio”, y otras fantasías similares. La realidad es que nada de eso existe en la realidad y nunca ha existido en ninguna época. Las parejas tienen conflictos entre ellas y el respeto, la confianza y la comunicación no son automáticos ni surgen por arte de magia, es preciso trabajar, y en algunos casos, muy duro, para que se logre un nivel de respeto, confianza y comunicación adecuadas, especialmente, cuando los fundamentos familiares de los cuales vienen ambos son precarios o tóxicos.

Muchas personas, basadas en este mito absurdo, ante la primera dificultad rompen las relaciones, pensando que el amor está exento de dificultades. No se concentran en buscar soluciones y en pedir ayuda, arguyendo que cuando el amor está presente, nada de eso ocurriría. Es una forma pueril de huida y no se dan cuenta, que con cada pareja futura tendrán la misma dificultad, porque no existen ni parejas perfectas ni personas ideales.

El amor no lo soporta todo, porque hay situaciones insoportables que no se pueden permitir, y eso no significa, que no se ame, ni se tenga la capacidad de amar, ni que el amor no exista.

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La marea



Los psiquiatras y docentes de la Universidad de Harvard, Richard S. Schwartz y Jacqueline Olds, que además, son esposos entre si, proponen una teoría en su libro Matrimonio en movimiento que va a contracorriente con las ideas populares sobre el amor romántico.

Ellos hablan del “flujo y reflujo natural de las relaciones perdurables”, es decir, que no siempre para que una relación funcione debe ser calma y estática, sino que más bien se parece más al vaivén normal de las mareas marinas. Un ir y venir, de acercamiento y lejanía, que permite que la llama del mutuo descubrimiento se mantenga intacta.

En sus palabras “la sensación placentera de intimidad no se encuentra en la cercanía estática, sino en el movimiento de uno hacia el otro, en el descubrimiento progresivo de otra persona, en una maravillosa sensación de desenvolvimiento, de estar retirando el velo” (Schwartz y Olds, 2002: 2). Cuando se pierde esa sensación progresiva de ir descubriendo al otro, entonces, se entra en una fase de desencanto que provocaría que la pareja, influenciada por la visión romántica, crea que no hay nada más que hacer, y la separación aparece como opción.

En el concepto de los autores, cuando se pierde la curiosidad y la sensación de descubrimiento, entonces, la cercanía se convierte en problema. La excitación y el asombro al acercarse poco a poco al otro, se pierde, y ahora no queda más que esa sensación de tristeza que da el saber que ya se tiene todo lo que se deseaba.

¿Qué hacer? Los psiquiatras proponen no desanimarse cuando eso ocurre y volver a recuperar la sensación de misterio una y otra vez, para mantener la sensación de siempre descubrir al otro.

Los autores no dejan de tener razón, porque cuando la apatía, la rutina y el aburrimiento se instalan, las parejas dejan de avanzar y de conocer. En cambio a esa sensación es simplemente, el mantenerse constantemente alerta para no permitir que precisamente el conocimiento del amado sea la causal de la pérdida del interés. Eso implica que las parejas, de un modo u otro, deben mantener conscientemente la chispa de conocerse mutuamente abierta, para no permitir que la rutina del conocer mate su amor.

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Lo mejor para otra persona



En ocasiones las definiciones más simples son las más certeras. El psicólogo John Townsend define el amor simplemente como “buscar y hacer lo mejor para otra persona” (Townsend, 2014). En su sencillez señala uno de los componentes más importantes del amor que es la bondad y la abnegación. Supone que se busca intencionalmente hacer bien a la persona amada y hacer todo lo posible, incluyendo un gran esfuerzo personal, para que la persona que se dice amar sepa que está recibiendo lo mejor.

La Biblia dice en 1 Corintios 13, el clásico capítulo del amor, que el que ama “no hace nada indebido”. Eso implica que en el amor hay bondad no egoísmo. Por esa razón no hay lugar para el egoísmo o el narcisismo. Una persona que ama de verdad procura con todas sus capacidades brindar lo mejor al ser amado.

Esto no puede ser ni momentáneo ni casual, como señala Townsend es “continuo e intencional” (Ibíd.) Eso significa que la persona que ama entiende que el amor es acción, no un asunto pasivo de espera. Por eso cuando algunos esperan que venga alguien y “los haga feliz”, no están entendiendo el componente principal del amor que está vinculado con el otro, con el alter, con la persona que es objeto de nuestro amor. Evidentemente, cuando el amor es real y mutuo, ambos de la pareja recibirán lo mismo a cambio.

Cuando se entiende el amor desde esta perspectiva el concepto más cercano es valor. El amor se convierte en un valor. “El amor es valorar lo que se hace y lo que sea más útil para alguien. Su propósito es el mejoramiento, la seguridad, la sanidad, el desarrollo, el éxito y la conducta responsable de otra persona” (Ibíd.) Con esto se topa de frente con el “amor inmaduro” de quienes solo esperar recibir, sin comprometerse con dar.

En un amor maduro hay un esfuerzo consciente para dar lo mejor a quien se ama. Por esa razón es contradictorio cuando alguien dice amar y daña, maltrata, violenta, irrespeta o no considera a quien, supuestamente, ama más que a nadie en el mundo. Es paradojal decir amar y no hacer lo que el amor hace, lo mejor para el amado.

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Proyecto de vida convergente



El psicólogo y terapeuta de parejas español Antoni Bolinches, señala que las parejas tienen que tener un “proyecto de vida convergente” (Bolinches, 2012). La idea es interesante. La convergencia se produce cuando dos personas no fusionan sus proyectos sino que los complementan, buscando puntos de unión y no de confrontación.

Uno de los errores que cometen muchas personas, especialmente mujeres, es renunciar a sus propios proyectos de vida, y fusionar sus vidas con las de sus parejas o maridos. Esto es especialmente cierto en países donde los derechos de las mujeres están disminuidos o no están considerados. Se supone, por tradición cultural, que la mujer no tiene derecho a tener proyectos personales, porque cuando se casa siguiendo al marido, una especie de agregado o apéndice de su pareja.

Por esa vía, no hay posibilidad de desarrollo armónico. Un sistema tal solo sirve para generar frustración y una sensación de precariedad en la relación.

“Los proyectos son procesos cambiantes, —dice la psicóloga Alejandra Buggs Lomelí— dinámicos y en constante construcción, simbolizan nuestra capacidad de crear y hacer realidad un objetivo reflexionando profundamente sobre nuestro presente. Nuestros sueños, realidades, conocimientos, metas, pasiones y deseos son elementos esenciales para conformar un proyecto de vida, y dependerán siempre del contexto sociocultural en el que nos desarrollemos, incluyendo las expectativas que se tienen según el género al que pertenecemos” (Buggs, 2012).

Lamentablemente, señala Buggs, las mujeres viven en torno a los ejes “maternidad”, “cuidado del hogar” y “atención a la pareja”, convirtiéndose en factores determinantes que impiden concretar un proyecto de vida. Algo muy distinto a los varones, cuyos ejes son diferentes, por impacto social, y se ocupan de su propio desarrollo. Al contrario de las mujeres que viven en función de las necesidades de otros, antes que las propias, lo que implica que a menudo se postergan a sí mismas. Lo lamentable es que no existe conciencia de que el proyecto de vida es de ambos, y que nadie tiene derecho a limitar o anular a otra persona. Mientras no exista convergencia, no habrá posibilidad de un desarrollo armónico.

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Amar es servir



Hay ideas sobre el amor que no son populares, precisamente porque van a contramano de una cultura que enseña un “amor inmaduro” y poco consistente.

El psicoanalista y escritor mexicano-alemán Erich Fromm escribió al respecto: “Amar es servir. Cuando me sitúo frente a una persona, puedo considerarla desde dos puntos de vista. Puedo tener en cuenta su realidad, lo que ella es, pero también puedo prestar atención preferentemente a lo que puede llegar a ser. En toda persona, por muy mediocre que pueda ser, existe un yo profundo que pide urgentemente ser realizado. Amar a una persona significa ponerse al servicio de ese ‘yo’ para ayudarle a realizarse. Amar quiere decir llamar al otro a la existencia, hacer que viva, hacer que sea más” (Fromm, 2004).

Lo anterior implica que la relación de pareja no es una competencia para destacar por sobre otro ni un vínculo donde se defienden los intereses propios por sobre los del otro. Es una relación de mutuo servicio y colaboración. En otras palabras, el estar en pareja debería hacerme mejor persona, porque estaré logrando alcanzar las potencialidades que tengo y no como sucede muchas veces, que algunas personas logran anular a sus cónyuges haciéndoles sentir inferiores.

El delicado equilibrio de respeto y empoderamiento debe darse en una relación saludable donde prima el respeto y la voluntad de nunca anular a la pareja. Esto es mutuo, de ningún modo unilateral, porque en ese caso no habría relación.

En el aprendizaje de ser pareja, muchos no logran captar que amar es servir. En parte, porque los modelos que vivieron desde sus hogares de origen no fueron capaces de mostrar dicha relación armónica y saludable. Pero además, porque la sociedad ha vendido la idea de que buscamos pareja para que nos “hagan” felices, sin entender que esta tarea es mutua.

La desilusión va de la mano con relaciones donde no hay consideración del uno por el otro. Donde se produce una competencia para que la voluntad de uno prime por sobre el otro. Eso, en síntesis, no es relación, sino lo más cercano a la esclavitud.

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Tolerar que sea justo lo que es



Milenka Jesenka quien tuvo una larga relación afectiva con el escritor austriaco Franz Kafka escribió: “La tarea del matrimonio es tolerar la naturaleza del otro, es tolerar que el otro se sienta libre para ser justamente lo que es” (citado por Borsato, 2010: 10). Leído en términos positivos es construir una relación basados en el respeto y en el amor. Si se vive de manera negativa, es permitirle a otra persona avasallar la vida de otro individuo.

En otras palabras como dice Borsato “casarse es acoger la diferencia del otro y permitirle ser diferente” (Ibíd.) Lamentablemente, muchas personas impulsadas por sus propios conflictos internos, especialmente por problemas de autoestima y dependencia, no toleran las diferencias y equivocadamente piensan que el matrimonio es fusión, y no lo que debería ser: Comunión.

Hay una diferencia abismal entre comunión y fusión. Las parejas fusionadas pierden su individualidad, funden sus intereses, diferencias y proyectos de vida, en la de su pareja, al grado que sus familias de origen y sus allegados los desconocen. En cambio, las parejas que viven en comunión respetan la individualidad del cónyuge, buscan un equilibrio donde los intereses de ambos son considerados, las diferencias se alientan no se anulan, y los proyectos de vida se complementan, nunca se eliminan.

Por una mala comprensión de la pareja y por la influencia de novelas románticas, películas y series, lo común es encontrar parejas que apuntan hacia la fusión y no hacia la comunión. Por eso es más común encontrar personas frustradas, estando en pareja, que gente contenta.

Nadie es feliz si se siente obligado a dejar a un lado su vida personal y renunciar a sus intereses, para supuestamente, mantener la armonía de una relación. Como dice Borsato “el matrimonio debería ser el lugar donde los dos cónyuges se ayudaran a desencadenar sus propias potencialidades, estimulando cada uno el proyecto del otro. Es exactamente lo contrario de la restricción y la mutilación” (Ibíd.)

La vida es más llevadera cuando formamos parejas donde prima el respeto, la comprensión y la ayuda mutua para ser uno mismo.

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Centro de rehabilitación



La famosa actriz norteamericana Julia Roberts, en una entrevista, dirigiendo a un grupo de damas, les dijo: “Mujeres, ustedes no son el centro de rehabilitación de hombres que han sido criados erróneamente. No es su trabajo arreglarlos, cambiarlos o criarlos. Ustedes quieren un compañero de vida no un proyecto social”. ¡Qué sabias palabras! Si muchas mujeres, y también varones, lo entendieran, los terapeutas de parejas tendríamos menos trabajo y habría más vínculos saludables.

Muchos y muchas tienen la tendencia en convertirse en enfermeros y enfermeras de las heridas emocionales de quienes se han enamorado de ellos o ellas. Es cierto, como dice Boris Cyrulnik, en su libro El amor que nos cura que “el amor en todas sus manifestaciones es la cura para sanar las heridas de la infancia” (Cyrulnik, 2004), sin embargo, no todos están ni preparados ni tienen la capacidad de ayudar a quienes están tan dañados por la vida que necesitan ayuda especializada.

Muchas personas actúan como si tuvieran la obligación de salvar a todos aquellos heridos con los cuales se cruzan, el problema es que no todos están capacitados ni cognitiva ni emocionalmente para tratar el dolor emocional de otros. En muchos casos, los que aman, por amor, deben esperar que la persona sane antes de continuar una relación que puede ponerlos en riesgo. O, pedir ayuda a algún experto, para no ser un problema para la sanidad de quien tanto lo necesita.

Muchos que tienen que lidiar con el dolor emocional de alguien que aman, pierden objetividad y de pronto sienten que están obligados a quedarse en dicha relación exclusivamente porque la otra persona necesita ayuda. No es necesariamente así. Todos, en algún sentido precisamos de ayuda, no obstante, no todos estamos en condiciones de ayudar.

El amor juega un rol central en nuestra sanidad, como dice Mercè Conangla “ser amados por otra persona significa un reconocimiento a nuestra existencia como seres humanos. Ser amados y sentirse amados, es necesario para aprender a amarnos a nosotros mismos y también para ser capaces de dar amor a los demás” (Conangla, 2014). El amor sana, pero cuando hay daño hay que solicitar ayuda para vivir con posibilidades de sanidad.


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Cuidar



La imagen más común para el amor es decir que es como una planta delicada que hay que cuidar. El meollo de la cuestión es precisamente el “cuidar”. Muchas personas terminan por echar a perder su relación simplemente porque descuidan su cuidado.

La terapeuta catalana Maria Mercè Conangla i Marín, especialista en ecología emocional, señala que “el amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de quien amamos. Si no hay preocupación activa no hay amor. La esencia del amor es ‘trabajar por algo’ y ‘hacerlo crecer’” (Conangla i Marín, 2014). Eso implica todo lo contrario de una actitud pasiva que se queda a la espera de que suceda algo sin hacer nada. Los que aman actúan, no esperan.

Cuidar implica un acto intencional por ocuparse de la vida de alguien, sin hacerlo dependiente ni convertirse en dependiente, los que aman no sólo ocupan tiempo en el autocuidado, sino que cuidan, protegen, ayudan, se convierten en fuertes para colaborar con las debilidades del amado.

Eso tiene que ver, incluso, con situaciones cotidianas tan comunes como enfermarse. Hace poco alguien me decía:

—Estuve enferma dos semanas, tirada en cama, sin energía y sin ganas de hacer nada, y él no tuvo ni siquiera la cortesía de ofrecerme un vaso de agua.

Esa actitud, no sólo muestra negligencia, sino que las palabras son vacías de contenido. No es suficiente hablar, es preciso ocupar tiempo en actuar. La coherencia tiene que ver fundamentalmente con ser equilibrados en el decir y el hacer.

El amor no es creíble sino se cuida a la persona amada. El amor nos hace vulnerables, hermosamente frágiles, y resulta conmovedor cuando somos cuidados y protegidos por quien nos ama, porque precisamente entiende nuestra debilidad. Eso hace el amor, cuida, protege, acoge, porque no podría entenderse el amor de otro modo que no fuera mediante ese acto de entrega que implica ocupar tiempo, energía e inteligencia en hacer que el o la amada se sientan cuidados.

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Luz roja



Muchas personas se dejan arrastrar a relaciones de pareja sin preguntarse adecuadamente si la vida que piensan compartir es compatible. ¿Cómo saberlo? La guía fundamental es entender si los proyectos de vida son compatibles. No se trata de que sean buenas o malas personas, porque dos excelentes individuos, si tienen proyectos de vida dispares, terminarán en un fracaso por más empeño que le pongan a sobrevivir como pareja.

Cuando ambos perciben que el proyecto de vida es diametralmente diferente, entonces, debería encenderse una luz roja y parar porque de otro modo se pueden chocar con la realidad que no sólo destruirá sus ilusiones, sino que además, los dejará con secuelas de por vida.

Cuando se intenta conciliar proyectos de vida dispares, a menudo, el sacrificio es tan grande que excede a los beneficios que se pudiera obtener. Ambos o uno de los dos, terminará cediendo y teniendo que renunciar a sus sueños personales, con toda la cuota de frustración que aquello pudiera provocar en los individuos.

En todos los años que debo atendiendo a parejas en crisis, más de alguna vez, he visto a varones y mujeres, llorar amargamente por haber tenido que renunciar a proyectos con los cuales se sentían identificados y formaban parte de su propia esencia. Pocos entienden que la vida humana es demasiado corta como para arriesgarse a truncar los sueños personales y, lo que es peor, terminar viviendo el proyecto de otra persona.

Cada proyecto de vida está ligado a la cosmovisión particular, a la historia individual, a las potencialidades de cada uno, a los dones y talentos que se posean, al esfuerzo invertido, es decir, no es posible renunciar a todo eso, sin matar de alguna forma la propia vida. Renunciar a un proyecto de vida por una pareja, o porque supuestamente eso demanda el amor, es de un modo u otro, una forma de renunciar a vivir, terminar siendo un espectro sobreviviente o un muerto en vida.

La vida es demasiado valiosa, corta y frágil para renunciar al proyecto de vida particular, simplemente, porque alguien dice amarnos.

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La persona adecuada



Todos los que están por tener una pareja o que ya viven la experiencia de una relación se preguntan más de una vez si están o no con la persona adecuada, en ocasiones, esta pregunta puede ser devastadora, especialmente, cuando se dan cuenta que están viviendo una ilusión que no tienen nada que ver con la realidad que alguna vez soñaron o con experiencias de vida que están alejadas de lo saludable.

El problema es que a menudo se va buscando “la persona adecuada”, sin preguntarse si yo soy el adecuado o adecuada para alguien. El amor no se centra en lo que recibes, sino en lo que estás en condiciones de dar. Evidentemente, por definición, amar es un puente de ida y de vuelta, de otro modo, simplemente, no es amor real.

Sixto Porras, Director Regional para Iberoamérica de Enfoque a la Familia, conferencista, consejero y escritor señala que “el amor se aprende, se cultiva, es producto del tiempo compartido, y es el resultado de añadir inteligencia al enamoramiento” (Porras, 2010: 128). Lamentablemente, esta definición choca de frente con la cultura popular, donde hablar de “amor” e “inteligencia” pareciera estar en las antípodas, como si una cosa y otra no fueran compatibles. Aún se habla del “amor ciego”, como si eso fuera una virtud, y no lo que es en realidad, un desastre que ocasiona que muchas personas, simplemente, por cegarse terminen en relaciones equivocadas con personas incorrectas.

Para que una relación realmente funcione es necesario no precipitarse y actuar con cautela. El filósofo griego Platón, hablaba de la desconfianza hacia los sentidos, diciendo que solían engañar a los incautos. Lo mismo puede decirse de quienes creen que sus sentimientos, emociones, y pasiones, son una buena consejera para elegir a una persona adecuada, cuando en realidad, sin el ejercicio de la inteligencia que permita ponderar todas las opciones, será muy fácil equivocarse y dar los pasos inadecuados que solo hará que las personas creyendo amar, terminen en relaciones tóxicas, destructivas y altamente peligrosas.

Antes de amar, es preciso pensar, reflexionar, consultar, dialogar, pedir consejo. El amor nos define, no es algo de poca monta.

Del libro inédito Lazos de amor
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Amor inmaduro



La escritora Maite Vallet se refiere a lo que ella llama “amor maduro” y “amor inmaduro” (Vallet, 2006: 173). En una sociedad ocupada por cuestiones superficiales, es común encontrar un amor inmaduro compuesto por canciones que hablan de el amor en términos de encuentros furtivos, miradas, coqueteos, y cuestiones secundarias. La sociedad comunica ideas erráticas acerca del amor a través de películas, publicidad, series de televisión, tarjetas para el día de los enamorados, canciones populares, donde se enseña “que amar es dejar de ser uno mismo y someterse al otro por ‘amor’” (Ibíd.)

Muchos no se dan cuenta que esta concepción “inmadura” como dice Vallet, fomenta el abuso, la sumisión, la falta de compromiso consigo mismo y la infantilización de cualquier relación. Es, como dice la autora, “un amor egoísta, disfrazado de generosidad” (Ibíd.)

Un amor maduro “apoya el proyecto personal de la persona amada y comparte el proyecto común que satisface a ambos” (Ibíd.) No se trata de renunciar a sí mismo para someterse a otro, sino de compartir la vida, con un proyecto que a ambos llene de ilusión y de alegría.

Un proyecto de vida propio ayuda a que las personas sean capaces de entender qué quieren para sus vidas y qué desean lograr. “Si no tengo un proyecto de vida propio, no lo puedo hacer respetar, ni seré capaz de respetar los proyectos de otros” (Ibíd.) Sin esa claridad la relación de pareja será de dependencia. Bajo ese parámetro inmaduro nunca se elegirá a la persona que nos ayude a ser libres, simplemente, se eligió a alguien “de quien depender o que dependa de mí” (Ibíd.) Lo que en sí mismo constituye un camino hacia la frustración y la amargura.

Muchas parejas se ven confrontadas en algún momento a la realidad de que están viviendo proyectos de vida ajenos a sus intereses particulares. Se han dejado llevar por lo que su pareja les ha pedido, exigido o impuesto, y han terminado viviendo una vida que no les es agradable. No es extraño que en este contexto se susciten discusiones, peleas, depresiones, amarguras y desilusión. El proyecto de vida no es un agregado a la vida, es la vida misma. No se pueden vivir sueños ajenos, ni vivir lo que otro planea para su vida. La pareja es un proyecto compartido o de otro modo no sirve.

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Familia narcisista



El psiquiatra español Sergio Oliveros Calvo, señala que “de todas las influencias posibles durante la crianza, la del narcisismo familiar es una de las más tóxicas” (Oliveros, 2019). Las personas narcisistas conciben a los demás como simples prolongaciones de sí mismas. Carecen de empatía y de la facultad cognitiva de ponerse en el lugar de otra persona, característica saludable para poder entender los vínculos.

El norte del narcisista está centrado en mantener el poder y el control sobre los demás. El eje sobre el cual ha de girar todo es sobre sí mismo, por eso no admite competencias a su liderazgo ni a su particular forma de concebir el mundo.

En un contexto laboral con la presencia de un narcisista como líder o jefe, los empleados pueden huir de esa situación, pero en una familia, donde el control sobre niños y cónyuges es férreo la huida no es una alternativa viable, y a menudo se siente como el síndrome del túnel, sin ver nada a la vista ni solución posible.

Oliveros califica la familia narcisista como “una secta en miniatura” (Ibíd.), donde sus miembros no tienen escapatoria y están obligados a quedarse al arbitrio del narcisista que no hace ningún esfuerzo por minimizar el daño que provoca, y del cual difícilmente se da cuenta.

En familias narcisistas los logros infantiles no son pedidos ni exaltados como algo de los niños sino de “los adultos” que lo hacen posible, por eso cuando el niño no cumple las expectativas, la reacción narcisista suele ser muy cruel y devastadora.

Los niños criados en un ambiente así suelen tener baja autoestima pues el aprecio hacia ellos depende casi exclusivamente de los logros que pueden hacer poner o dejar bien a sus padres; tienen que actuar constantemente como “ejemplos” o “demasiado correctos” para tener conciencia de que equivocarse es parte del crecimiento normal de cualquier persona; su norte lo constituyen sus deberes, generalmente, demasiados, antes que sus deseos; se convierten en competitivos y a menudo tienen resentimiento por sus hermanos; en suma, tal como dice Oliveros, un ambiente tóxico para crecer y desarrollarse.

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Triangulación narcisista



Marcelo Martín, especialista en narcisismo patológico, define la “triangulación narcisista” como “el acto de introducir un ‘tercero’ en una relación, poniendo en una balanza a la víctima, comparándola con otra persona, a fin de manipularla, maltratandola emocionalmente, devastando su autoestima, y provocando en ella diversas reacciones emocionales, es decir, el combustible o suministro que alimenta y sostiene el ego enfermo del depredador” (Martín, 2019).

En general, es una táctica de manipulación, que se usa de manera sutil. Una frase, aparentemente aislada, un comentario casual, pistas que se dejan deliberadamente, y van provocando confusión en la víctima que no sabe a qué atenerse.

La táctica es de libro y siempre funciona. El narcisista puede insinuar que se siente atraído sexualmente por una persona conocida de su pareja; puede hacer comentarios elogiosos de alguna compañera o compañero de trabajo alabando, especialmente, alguna característica que sirva para dejar en evidencia las supuestas debilidades de su pareja; hablará de alguien que ¡por fin! puede confiar sus inquietudes personales; en otras palabras, utilizará a alguna tercera persona para manipular y lograr que la víctima, de alguna manera acceda a los requerimientos de la persona narcisista.

Cuando la persona que está siendo manipulada reacciona, entonces, la mayor parte de los narcisistas la tacharán de que tiene celos, que sobredimensiona, que no tiene cordura en su actuar, lo que es precisamente lo que pretende, es decir, desestabilizar la situación emocional de su víctima.

Lo que el narcisista pretende, como siempre, es tener poder y control. Frente a eso, no es mucho lo que se puede hacer, salvo, no permitir que tome el control y quitarle el poder que tiene sobre la víctima. ¿Cómo? Simplemente, no permitiendo la triangulación.

Si le dice por ejemplo, encontré una persona que si me escucha, respóndele, no hay problema, cuando quieras habla con él o ella, pero a mi no me vas a hacer sentir menos por darte lo que tu imaginación dice que hay que dar. Con eso desarmará su argucia.

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La medida del cambio



Hemos dicho en varias ocasiones en este libro que las posibilidades de que cambie un narcisista son muy remotas, eso no significa que no exista una posibilidad, aunque mínima para que lo hagar.

Un narcisista precisa desarrollar inteligencia emocional, eso no es fácil ni rápido. Para hacerlo de manera efectiva, se necesita educación afectiva, lo que está vinculado con las expectativas que el narcisista tenga y si encuentra un interlocutor que él o ella consideren que está a la altura de su ilusorio yo.

El siguiente paso no es menos dificil, es preciso que el narcisista consiga regular sus sentimientos y los de los demás. El yo de un narcisista es infantil y tiene una idealización de sí mismo que es altamente errática e irreal. Su comportamiento, a menudo se asemeja a los berrinches de un niño que no se le cumplen sus expectativas. Sólo si cede a ese impulso de reaccionar como un infante, es posible pensar en la posibilidad de doblegar sus sentimientos y ser empático con los demás.

Por otro lado, el narcisista necesita reconocer sus cualidades y capacidades en su justa medida. Eso implica romper la burbuja de ilusión y falsedad que ha tejido en torno a sí mismo quitándose la máscara fantasiosa que ha construido. Sólo cuando entienda sus limitaciones y acepte que tiene cualidades normales y no sobredimensionadas, es posible hacer algo y esperar un cambio real.

Además, el narcisista necesita aceptar críticas, y no creer que una oposición a sus ideas y esperanzas es una manera de querer controlarlo o hacerle daño. Sin las observaciones de otros, aceptadas de buena gana, no es posible esperar un cambio real en una personalidad que está demasiada embebida de sí mismo.

Finalmente, siendo que el narcisista, a diferencia de lo que cree tiene una baja autoestima, es necesario el desarrollo de una autoestima saludable que lo lleve a plantear objetivos realistas.

Nada de lo precedente es fácil y rápido. A menudo se necesitará la atención de un especialista, de otro modo, el narcisista no podrá.

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