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Haz bien



“Haz bien, Señor, a los que son buenos, a los de recto corazón” (Salmo 125:4)

Aunque entiendo el sentido de la aseveración del Salmo 125, el pedido que se hace no tiene sentido. Dios es bueno y en su esencia está amar, por lo tanto, no podría hacer otra cosa que bien. Dios es la encarnación del bien, tal como lo vemos en Jesucristo. ¿A qué se refiere entonces el salmista?

Simplemente el salmista expresa un deseo que todos los creyentes tienen: Que Dios cuide y proteja a los buenos y que nada malo les pase. Sin embargo, esa es una ilusión, por decirlo de manera simple. Hay una extraña forma de actuación divina que los seres humanos simplemente no logramos entender. Lo cierto, es que por mucho que deseemos que a los buenos les vaya bien, la verdad simple y cruda es que a mucha gente buena le suceden cosas malas, como dice el título del célebre libro de Harold Kushner.

¿De qué sirve Dios entonces en medio del dolor?

Muchas veces me he planteado esa pregunta imaginándome estar en una oscura celda de un campo de concentración nazi o siendo torturado por algún enajenado mental de un régimen totalitario latinoamericano como el de Pinochet, Stroesner o Videla. ¿Qué pensaría de Dios en esas circunstancias? ¿Podría seguir creyendo?

Estando en el Aeropuerto de Miami, en EE.UU., escuché a una joven cubana muy alegre dándole una lección a un joven y le decía:

—¡No señor! ¡Los buenos no morimos, nos matan!

Pude ver la sonrisa en los labios de algunos de los que en esa sala de aeropuerto escuchamos esas palabras, pero pensé mucho en ellas durante mi trayecto y concluí que tenía razón. Grandes luminarias humanas que hicieron del amor, de la paz y la tolerancia han sido asesinados, empezando por Jesucristo, pero en la lista hay nombres como los de Martin Luther King o Mahatma Gandhi.

La bondad es un desafío abierto hacia el mal. Es incomprensible. Resulta inaudito creer que alguien sea capaz de actuar bien, en la mente de una persona mala, no hay lugar para la luz. Las tinieblas los ciegan. Dios, en un acto, aún más osado e inexplicable no limita la libertad de nadie, ni siquiera de los verdugos ni los torturados, algunos de los cuales murieron sin ser juzgados como Augusto Pinochet.



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Del libro inédito: SALMOS DE VIDA 

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De las manos del tirano





“No se acordaron de lo que hizo el día aquel en que los rescató de las manos del tirano” (Salmo 78:42)

Toda tiranía es desconcertante. Pasé buena parte de mi niñez y adolescencia hasta llegar a adulto viviendo en la tiranía opresiva y cruel que instauró en Chile Augusto Pinochet, con la complicidad de miles de políticos, empresarios y religiosos, algunos que hasta el día de hoy avalan los asesinatos masivos, las torturas y las desapariciones forzadas.

¿Cómo es posible que gente civilizada pueda creer que para vivir en paz es necesario desaparecer a alguien? ¿En qué mente cabe creer que la razón tenga algo que ver en asesinar a mansalva y de manera absolutamente impune a gente indefensa que lo único que hizo fue creer en algo distinto a otros?

Como una persona racional me cuesta comprender la irracionalidad de intentar justificar lo injustificable. Me resulta paradojal y monstruoso que personas que se llaman cristianos apoyen a genocidas, torturadores y asesinos. Más allá del perdón y arrepentimiento, nunca he creído en la impunidad ni en la irresponsabilidad de no aceptar las culpas de las acciones realizadas, menos intentar justificar el asesinato, la tortura, el secuestro de niños, la violación, o cualquier acto de violencia. El mal, nunca tiene justificación, por mucho que nos parezca que si en determinadas circunstancias.

Todos los tiranos y dictadores, para hacer lo que hacen, crean un ambiente de confrontación porque tal como Hitler en la Alemania nazi, comprenden “a la perfección la necesidad de crear un enemigo exterior” para de esa forma galvanizar a los seguidores a quienes se puede culpar “de las deficiencias del sistema”, una estrategia, que “han seguido todos los regímenes totalitarios sin excepción” (Hernández, 2006:114).

Ponerse de parte de la verdad, la justicia, la equidad, la bondad y el amor en tiempos tan infames como una dictadura no es fácil. Representa una osadía que demanda mucha entereza, una valentía a toda prueba. Sin embargo, no dar muestras de condena a conductas tan viciadas como las que realizan las dictaduras una vez que el hecho ha pasado, en la práctica es convertirse en cómplice pasivo de la tiranía.



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Cercado por su amor



“Tú, que salvas con tu diestra a los que buscan escapar de sus adversarios, dame una muestra de tu gran amor. Cuídame como a la niña de tus ojos; escóndeme, bajo la sombra de tus alas de los malvados que me atacan, de los enemigos que me han cercado.” (Salmo 17:7-9). 


Hay en este salmo una confianza tan grande en Dios que parece la fe de un niño, tranquila, sin preguntas que estorben y con la plena seguridad que lo que está pidiendo será contestado por la divinidad.

Alguna vez Jesús dijo: “A menos que ustedes cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los cielos” (Mateo 18:3). Con esto Cristo estaba señalando que la fe no es para ser discutida sino aceptada, así como un niño acepta las indicaciones que se le dan sin objetar.

El salmista entiende que el amor de Dios se manifiesta en hechos concretos, en este caso, poniendo un cerco de amor alrededor del que está realizando la petición para ser salvado de la persecusión implacable de sus enemigos.

En muchos momentos en la vida humana existe ese sentimiento de indefención que produce el estar frente a un grupo de personas que sólo ataca y vulnera nuestra tranquilidad con difamaciones y mentiras.

El gran problema de la difamación no es tanto la mentira que se propaga, sino que por un hecho extraño de la mente humana, siempre se tiende a difundir lo malo de otros, y por más insólito que parezca, aunque se pruebe que lo que se ha difundido es una mentira, la gente tiende a pensar que si se dijo, “algo de verdad habrá”. Probablemente, con eso es que cuentan los mentirosos, injuriosos y difamadores.

La tendencia humana normal es tomar la justicia en las propias manos y responder con la misma moneda. La actitud del salmista es totalmente diferente, decide descansar en la providencia de Dios y en su amor inconmensurable. Elige pedir que Dios ponga un cerco de amor a su alrededor y dejar que sea Él quien solucione el problema, poniendo atajo a quienes lo maltratan. Un ejemplo hermoso a seguir.



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Un Dios que escucha



“A ti clamo, oh Dios, porque tú me respondes; inclina a mí tu oído, y escucha mi oración” (Salmo 17:6).

No sé cómo será tu realidad, amable lector, pero en mi caso, he tenido que luchar por muchos años para quitarme de encima las mentiras que me contaron acerca de Dios y que marcaron mi niñez y mi adolescencia. Sé con certeza que quienes me vendieron una idea tergiversada de Dios no lo hicieron a propósito, sino que también ellos eran víctimas de sus propias ideas y de las que les inculcaron también a ellos.

Se nos enseña a temer a Dios, no en el sentido que señala la Escritura, es decir, teniendo “respeto” por Dios, sino derechamente miedo. Es lo que Bernardo Stamateas llama “fe tóxica”, cuando nos inyectan ideas que no sólo nos muestran un dios lejano y castigador, sino que nos llenan de culpas por las acciones que realizamos.

No olvido el rostro de uno de los defensores de ese Dios castigador, que constantemente nos enseñaba en la facultad, que Dios está presto para castigar a los detractores. En su mirada fría había ausencia de piedad y de amor por los pecadores, al contrario, parecía extasiarse en contar sobre las torturas a las que seríamos sometidos sino obedecíamos a Dios sin reclamar de ninguna manera.

Por esa razón, emocionan las palabras del salmista. Se acerca confiado a Dios, así como un niño que no teme a un adulto, que sonríe tranquilo sabiendo que no será dañado ni maltratado. Va y le dice a Dios: “inclina a mí tu oído”. Es una linda frase, porque para inclinar el oído hay que asumir una postura corporal de acercamiento y de preocupación por el que está hablando.

Dios es un Dios de amor, por lo tanto, es cercano, está siempre presto a escucharnos. Nunca Dios se aparta del pecador como algunos vociferan, al contrario, Dios como padre amante siempre está procurando acercarse al que está alejado, porque sabe bien que alejarnos más de Él nos llevará por sendas difíciles y dolorosas. Dios nos ama, al escucharnos siempre, nos muestra su gran bondad y misericordia.



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Probado por la aflicción



“Tú escudriñas mi corazón, tú me examinas por las noches; ¡ponme, pues, a prueba, que no hallarás en mí maldad alguna! ¡No pasarán por mis labios palabras como las de otra gente, pues yo cumplo con tu palabra! Del camino de la violencia he apartado mis pasos; mis pies están firmes en tus sendas” (Salmo 17:3-5).

La invitación que el salmista hace a Dios es extraña, incluso, hilando fino, suena un poco presuntuosa, porque está seguro que si Dios lo examina no va a encontrar en él maldad alguna. Sin embargo, hay que leer con cuidado para no mal interpretar lo que el salmista está diciendo.

Él sabe bien que su actuación no ha sido igual que las de las personas que lo atacan. No sabemos qué momento de la vida del salmista es, pero sin duda, se trata de un momento muy difícil. Está siendo maltratado y herido. En dicho contexto, ha sido probado por la aflicción. El dolor lo ha hecho examinar su propia vida y la relación con Dios. Sabe cuál ha sido su respuesta por eso mismo se atreve a decirle a Dios que lo examine, pero, ¿examinar qué cosa?

La clave está en la frase “no pasarán por mis labios palabras como la de otra gente”. ¿Qué frases habrá recibido como agresión? En muchas ocasiones minimizamos el poder de las palabras para ofender, dañar y violentar a otra persona, sin embargo, lo que decimos tiene un poder extraordinario para herir y dejar profundas huellas en la vida de otros. El salmista lo sabe bien, ha sido herido y maltratado, de una forma que no sabemos, porque simplemente, lo que estamos leyendo es la visión de un hombre que ha entendido que frente a la agresión su único defensor es Dios.

¡Qué ganas de responder con la misma moneda! Hay que tener un temple especial para no contestar a la agresión de la misma forma. Pero el salmista ha tomado una decisión: “Del camino de la violencia he apartado mis pasos”. ¿Cuántos pueden decir lo mismo?

Violencia genera violencia. No se detiene la agresión con más agresión. Sólo el camino de la no violencia logra cambiar el curso de la historia.



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Alabar



“¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor!” (Salmo 148:1a)

La palabra más repetida en Salmos es “alabanza” o “alabar”. Es la expresión más genuina de alegría y gozo frente a un Dios de tanta bondad y misericordia. El problema es ¿quién puede poner cortapisas o límites a la alabanza?

Los espantapajaros de la alegría que abundan en las congregaciones cristianas consideran que la alabanza debe estar regida por cánones estrictos y elaborada de tal forma que sin ninguna duda, no hay otra alternativa más que la que ellos plantean como “sacra” o “santa”. Lo que no es más que una forma burda de dictadura religiosa que nada tiene que ver con la alabanza, es una forma de violencia sutil ejercida sobre la conciencia ajena.

La alabanza es una expresión subjetiva de la individualidad humana. David celebró a Dios danzando y su esposa —una espanta alegría— consideró que eso era poco digno de un rey. ¿Quién era ella para poner ataduras a la alegría que sentía el rey por la recuperación de algo tan simbólico como era el arca?

El libro de Salmos dice que hay que alabar con palmas (Salmo 47:2), incluso el mismo versículo invita a dar gritos de alegría. Estoy absolutamente seguro que si algunos expresaran su gozo ante Dios de esa manera serían censurados por los espantapájaros de la gracia que viven en muchas congregaciones.

Si alguien pretende que su forma de alabar es la única sacra o aceptada, aparte de ser un sesgo autoritario, está limitando la alabanza y olvidando que los seres humanos no sólo somos distintos uno al otro, sino que además, tenemos tantas diferencias que es imposible que exista una sola forma de alabar a Dios.

Es resultado de la madurez cristiana aceptar que existen diferencias y entender que no existe una única manera de acercarse a la divinidad para expresar alegría, gozo y agradecimiento.

Muchas congregaciones se están muriendo a causa de los espantapájaros de la gracia que se han convertido en los censores de la conciencia ajena y pretenden que la alabanza debe hacerse exclusivamente desde su particular perspectiva, maltratando y acusando a sus hermanos que quieren alabar de otra forma.



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Un Dios de restauración



“Restaura a los abatidos” (Salmo 147:3a)

El énfasis bíblico es la restauración. Es lo que Dios mejor hace y lo que está más ligado a su carácter de amor y bondad. Cuando esa característica del carácter de Dios no es resaltada de manera suficiente, entonces, se termina en una religión fría y carente de misericordia.

El concepto restauración es poderoso. Sólo se restaura aquello que se considera valioso, de otro modo, se lo tira a la basura. Sin embargo, entender el valor de algo o alguien es un arte.

En Australia conocí a un ebanista, que no es lo mismo que mueblista o carpintero. Los ebanistas son verdaderos artistas de la madera. Logran hacer obras de arte que luego valen miles de dólares. Un día le preguntaron de dónde sacaba la madera para hacer los muebles que hacía y que vendía en su tienda. Obras de arte muy cotizadas y de mucho valor.

El hombre sonrió y dijo una frase enigmática:

—Lo que para otros es basura para mi es algo valiosísimo.

El periodista no entendió y el hombre sabiéndolo le explicó:

—Cada cierto tiempo la gente, en coordinación con el municipio, saca a la calle lo que no quiere para que lo lleve el basurero, la noche anterior yo recorro con mi camión las calles y voy recogiendo todos aquellos muebles despreciados y que están hechos con buena madera. Luego, los traigo a mi taller y los restauro.

El que hacía la entrevista no podía dar crédito a lo que escuchaba porque los muebles que había en esa tienda eran preciosos y de mucho valor.

Eso hace Dios. Toma vidas destruidas y maltratadas y las restaura. Hace lo que realiza un artesano. Mira el valor que hay detrás de aquello que ha sido desechado. Observa los detalles. Trabaja con pasión y destreza para devolver a objetos maltrechos y abandonados su antigua belleza, esa que está escondida para los ojos que no son expertos en restauración.

Dios es nuestro artesano que con ojo experto nos ve y no desecha a nadie. Nos toma bajo su alero, nos lleva a su taller y nos restaura con amor, paciencia, bondad y misericordia. ¿Cómo no amarlo?



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Nuestro amante defensor



“Sé tú mi defensor, pues tus ojos ven lo que es justo” (Salmo 17:2).

Todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos sido víctimas de personas que nos han herido, maltratado, difamado, violentado. En esas ocasiones hemos sentido en carne propia la mala fe y la actitud de quienes no han dudado en utilizar todas las formas posibles para dañarnos.

En este contexto, personalmente lo que más me ha dolido, no han sido las heridas propinadas por extraños, sino por personas cercanas, por amigos y hermanos de la iglesia, que en algún momento prometieron estar de nuestro lado y ser fieles a nosotros. Son las heridas más difíciles de curar, porque han venido de gente que amamos y que han sido importante para nosotros.

Por esa razón, este texto, que es parte del Salmo 17, una oración hermosa donde el salmista vierte su mente a Dios implorando su presencia, lo primero que viene a la mente del cantor es entender que Dios es justo y como tal es nuestro defensor.

Cuando somos maltratados lo primero que viene a nuestra mente es la sed de venganza o la decisión de devolver la mano, para que quien nos ha herido entienda claramente el daño que nos ha hecho.

Una expresión con la que crecemos es “no te dejes”, “no permitas que te avasallen” o como solía decir un compañero de la facultad: “Una cosa es ser manso y otra ser menso”.

Lleva tiempo entender que el camino de la venganza nos pone en una espiral de nunca acabar. Se responde y nos responden, y luego, se inicia una escalada de agresiones que siempre van en aumento. Sin embargo, cuando en vez de responder con la misma moneda confiamos en que Dios es nuestro defensor las cosas toman un cariz distinto que suele cambiar la percepción de la realidad.

En primer lugar, descolocamos a nuestro agresor que espera una respuesta. Al no haberla, en muchos casos no sabe cómo reaccionar y suele desarmar su violencia.

En segundo lugar, al no responder con la misma moneda, le damos oportunidad al ofensor para que recapacite en su actitud, cosa que en muchos casos se logra.




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El Dios de las causas justas



“Oye, Jehová, una causa justa; atiende a mi clamor. Escucha mi oración hecha de labios sin engaño” (Salmo 17:1)

El siglo XXI está poniendo en evidencia las distorsiones más macabras referente a Dios. No es que éstas sean nuevas, sin embargo, gracias a la tecnología son cada vez más difundidas y leídas por todos. No sólo lo que los musulmanes extremistas proclaman de Dios, sino los judíos del estado de Israel, y muchos cristianos, alineados con las políticas de sus países, especialmente, de EE.UU. Es sorprendente cómo muchos justifican lo injustificable y lo atribuyen a Dios de una forma que confunde aún más a quienes han elegido no creer en ese Dios cruel y despiadado que defienden tantos fundamentalistas en el mundo.

Si le hacemos caso a la propaganda musulmana extremista, Dios es Dios de terrorismo y asesinatos. Si seguimos de cerca algunas ideas defendidas por quienes apoyan al estado de Israel y sus políticas represivas, Dios es Dios de tortura, asesinato y muerte a discresión. Si creemos en lo que tantos norteamericanos, asistentes a iglesias evangélicas, sostienen sobre Dios, la muerte de quienes se atreven a desafiar su estilo de vida está “autorizada” por Dios, quien se presenta como el defensor “de la forma de vida estadounidense”.

Todo esto es una locura, que contrasta con algunas expresiones bíblicas. El salmista habla de un Dios de “causas justas”. ¿Dónde está la justicia de bombardear aldeas de palestinos donde hay niños, ancianos y mujeres? ¿Dónde está la justicia de utilizar niños-bombas como hace el grupo radical musulmán de Nigeria? ¿Dónde está la causa justa de secuestrar a niñas para ser vendidas como esclavas sexuales, todo por “honor a Alá”? El mundo religioso fundamentalista se ha vuelto loco. Unos utilizando el Corán, otros el Antiguo Testamento, y otros la Biblia, terminan por presentar a un Dios de manos ensangrentadas y terriblemente cruel, que no diferencia entre inocentes y culpables, y que es todo, menos justo.

Dios es justo. Dios es amor. Dios es misericordioso. Dios está lleno de piedad. Dios vino a morir en una cruz para salvar a todo aquel que en él crea. Todas esas evidencias contrastan con las mentiras que se dicen sobre ese dios que sólo existe en la imaginación de extremistas.



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Una declaración de fe



“Tú eres mi Señor; no hay para mí bien fuera de ti” (Salmo 16:2)
La vida exige compromiso, la neutralidad es para cobardes, políticos y marcianos. Quienes postulan posiciones neutrales, en realidad, no son confiables. No se casan con nadie y lo hacen con todos. Son tan predecibles como una veleta llevaba por el viento. Suelen ir donde va la mayoría, y especialmente quienes buscan la democratización de la conciencia, son los menos fiables.

La declaración que hace el salmista: “Tú eres mi Señor”, no implica lo que en la actualidad pensamos de “Señor”, una palabra que ha perdido todo impacto y de tanto usarla y abusarla, ya no tiene sentido. En el momento en que el salmista escribe “Señor” es sinónimo de “amo”, “dueño”, “soberano”, por lo tanto cuando está reconociendo en Jehová su Señor, lo que está haciendo simple y llanamente es renunciar a sus derechos personales sometiéndolos todos a Dios. De hecho, la religión cristiana verdadera, no la de cultos, rituales y otras parafernalias que sólo sirven para aplacar culpas, es una religión de “siervos”, es decir, de individuos que sólo reconocen a un Señor, a Dios. Razón por la que en el primer siglo fueron perseguidos, porque ese era un acto de sedición en un mundo donde sólo había un Señor, el emperador, la encarnación viviente de los dioses.

Es en ese contexto donde debe entenderse la declaración que viene después: “no hay para mi bien fuera de ti”. Muchos cristianos harían bien en revisar sus premisas y prioridades, porque en la búsqueda de seguridad, felicidad personal y sentido vital, muchos hipotecan su futuro en pos de vienes que son hojarazca que se lleva el viento.

Cuando el salmista declara, en un acto de fe, que no hay ningún bien superior a Jehová, lo que está haciendo es priorizando. Las prioridades marcan toda la existencia humana. Cuando no entendemos con claridad las prioridades, entonces, obramos de una manera equívoca y tenemos conflictos, especialmente en el trato con otras personas, porque enviamos mensajes equívocos, inconsistentes y con mucha incoherencia.

Dios es celoso, lo que implica que no acepta otra prioridad que no sea él. No lo exige por egoísmo, sino porque sabe que de ningún otro modo podríamos ser plenos.



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Su inmensa bondad



“Se proclamará la memoria de tu inmensa bondad” (Salmo 145:7a)

Toda las religiones manipuladoras siempre han hecho énfasis en “lo que Dios quiere”, “la venganza de Dios”, “la ira de Dios” y un sin fin de otras frases que lo único que pretenden es meter miedo y hacer que las personas dobleguen su voluntad frente a un Dios que lo único que querría es súbditos que actúen como lacayos sin voluntad y totalmente sometidos. Dicha idea no sólo es falsa, sino que es altamente peligrosa.

Dios es bondad pura. No está preocupado de venganzas ni de revanchas sin sentido, dichas ideas vienen de la mano de mentes confundidas y que tienen serios problemas para comprender que la bondad no tiene nada que ver con la manipulación de ninguna manera.

Los antropomorfismos que hay en la Biblia le han hecho un flaco favor a la comprensión de Dios, de hecho sólo han estorbado la comprensión adecuada de la divinidad. Muchas expresiones bíblicas llenas de símbolos y metáforas, han sido tomadas literalmente llenando de oscuridad la Escritura e introduciendo sesgos monstruosos que han ocasionado sufrimiento y dolor a personas que lo único que han querido es un poco de amor y comprensión.

Quitar la bondad del actuar de Dios es introducirnos en un camino peligroso de dogmatismo, fundamentalismo y literalismo que lo único que provoca es dolor, sufrimiento y oscurantismo.

La humanidad ya tienen suficiente dolor como para aumentar un poco a toda su carga de sufrimiento introduciendo ideas sesgadas y terribles que no sólo alejan a la gente inteligente de Dios, sino que además facilitan el ingreso a congregaciones religiosas de personas mentalmente enfermas y emocionalmente alteradas, creando de paso las condiciones para situaciones extremas y las conductas más aberrantes que se puedan dar en el contexto de conductas religiosas.

Muchos de los acontecimientos de los últimos años vinculados a grupos terroristas de las más variadas condiciones están relacionadas con personas que perdieron de vista la bondad de Dios y se quedaron exclusivamente con los aspectos ásperos, difíciles de aplicar y con visiones antropomórficas que muestran la faceta más dura de Dios, como si se pudiera comprender.



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Mi más alto escondite



“Él es mi Dios amoroso, mi amparo, mi más alto escondite, mi libertador, mi escudo, en quien me refugio” (Salmo 144:2a)

La poesía tiene la gracia de poder decir mucho en pocas palabras. La imagen puede más que cientos de vocablos. La expresión “mi más alto escondite” es una forma hermosa de describir el amor protector de ese Dios maravilloso que no busca condenarnos, sino todo lo contrario, hacernos entender que su amor es nuestro amparo y escondite, nuestra libertad, escudo y refugio. Si no entendemos a Dios de esa forma, entonces, no entendemos nada.

Uno de los problemas más dramáticos de la religión y de la religiosidad perversa es la desvirtuación de Dios. Se tiende a mostrar a Dios en términos de venganza y como un implacable justiciero que sólo busca saciar su sed de sangre y dolor, cuando lo que presenta la Escritura es algo totalmente diferente. Lo que motiva a Dios, siempre, en toda circunstancia es el amor.

Dios nos ampara, un concepto que nace en el derecho y es ocupado semana a semana por legisladores de todo el mundo. El amparo es una protección legal. Dios es nuestro amparo frente a cualquier acusación. Él nos protege de quienes lanzan dardos envenenados en nuestra contra. Nos cuida de aquellos que se gozan en describir nuestros errores, como si ese fuera el rol de Dios.

Es nuestro más alto escondite, una expresión que es comprensible para quienes entienden las montañas y los refugios sobre las nubes. A los picos más altos sólo suben las águilas y los cóndores, que pueden ver desde la lejanía la pequeñez de nuestros miedos y conflictos. Dios nos pone allá arriba, en lo alto, donde no llegan la envidia, ni la maldad ni nada que contamine. Es un lugar hermoso y limpio, porque ese es el lugar donde Dios nos lleva siempre.

Dios nos liberta, nos deja en una situación de libre albedrío, donde por ninguna razón nos fuerza o nos obliga a hacer algo en contra de nuestra voluntad. La libertad que él nos otorga es simple y llanamente lo mejor que como humanos tenemos. Y si alguien nos ataca a mansalva él es nuestro escudo que nos protege y nos cuida, especialmente, de los arteros ataques de individuos que no conocen a Dios y se gozan en el sufrimiento ajeno. Por eso, es además, nuestro refugio.



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Una súplica



“Escucha, Señor, mi oración; atiende a mi súplica” (Salmo 143:1a)

Las palabras iniciales de este Salmo son confusas. ¿Será que Dios no escucha una oración o una súplica? Si la respuesta es no, entonces estaríamos ante un Dios limitado en su poder. Si la respuesta es si, entonces, supondría un Dios caprichoso que a veces escucha y otras no. ¿Cómo salvamos esta situación que parece una aporía filosófica?

Una de las cuestiones más básicas que hay que entender cuando se lee la Escritura es que la Biblia fue escrita por seres humanos. Eso tan simple, es a menudo olvidado y tratan las expresiones bíblicas como si fueran autoría de Dios o dictadas por un ser superior, pero no es ni lo uno ni lo otro. Los seres humanos fueron inspirados, pero se expresaron en sus palabras limitadas y finitas, y dentro del contexto de una cultura. Obviar eso es asignarle a la Biblia un rol que no tiene y convertir muchos textos de la Escritura en un quebradero de cabeza, especialmente para quien lee con inteligencia y no con mero dogma irracional.

El versículo es una expresión de deseo de alguien que padece una gran necesidad. Desde esa perspectiva, lo único que hace es expresar su anhelo de que la divinidad lo atienda. Dios, por supuesto lo hará, y nunca dejará de escuchar una oración y una súplica. No está en la naturaleza divina negarse a escuchar, si lo estuviera, dejaría de ser Dios, al menos, el que presenta la Biblia, lleno de amor y bondad.

La seguridad que tenemos que tener siempre es que no existe sola oración que Dios no escuche. Cada vez que nos atrevemos a plantearle algo a Dios él lo toma absolutamente en serio, porque sabe que no existe otra opción más que amar y ser misericordioso.

Dios no es justiciero ni busca la venganza. Al contrario, con Jesús y la encarnación dio muestras suficientes de que lo que lo motiva es nada menos que el amor incondicional por todo aquel que decide creer y también, por aquellos que lo rechazan, porque finalmente Dios no deja de escuchar a nadie. Sólo suponerlo es una herejía que nos tiene a los seres humanos en episodios de dudas que nunca deberían existir. Un Dios de amor, como un padre solícito y amante, nunca deja una oración sin escuchar y contestar. Esa es nuestra seguridad.



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Habitar en el tabernáculo


“Jehová, ¿quién habitará en tu Tabernáculo?, ¿quién morará en tu monte santo?” (Salmo 15:1)

El versículo de hoy es algo extraño, para empezar, utiliza la misma palabra que se usa en Éxodo 25:8 cuando Dios anuncia que “habitará” en medio de su pueblo, expresión de la cual deriva “tabernáculo”. La misma expresión sirve para expresar la idea de que Jesús vino a habitar en medio de su pueblo (Mateo 1:23). Así que la idea generalmente se la relaciona con Dios, habitando (tabernáculo) en medio del pueblo. Pero, en este versículo no está hablando de Dios, sino se está preguntando qué personas habitarán en el Tabernáculo de Dios.

Evidentemente, no puede estar refiriéndose de manera literal al Tabernáculo del desierto, porque en ese santuario sólo podían entrar los sacerdotes, a oficiar el sacrificio diario y una vez al año, el sumosacerdote, para interceder por el pueblo en el lugar santísimo frente al altar, pero, no era para “habitar”, sino para participar de una liturgia.

La segunda frase alude al “monte santo”, expresión que en hebreo es “Sión” y era la forma habitual de referirse a Jerusalén o la ciudad sagrada, que era considerada así porque allí estaba el templo, y en ese lugar, la “shekinah”, la presencia visible de Dios mediante una luz que no tenía fuente.

En realidad, el salmista está hablando de manera metafórica, no es casual que lo haga porque los salmos son poesías cantadas, así que están llenos de símbolos y expresiones no literales.

Habitar en el Tabernáculo de Dios es estar en la presencia de la divinidad, lo que para todo judío era señal de salvación. Haber traspasado todas las fronteras que impedían la conexión directa con la divinidad y acercarse directamente al trono de Dios.

Es el mismo sentido que tiene la frase siguiente, es decir, es una sinonimia, una repetición de la misma idea anterior, pero con palabras diferentes, un estilo literario muy común en la poesía hebrea.

El supuesto del que parte el salmista es que todos podemos estar en la presencia de Dios. En los versículos siguientes se dedica a dar cualidades de quienes califican para este privilegio.



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Los planes del pobre



“De los planes del pobre se han burlado, pero Jehová es su esperanza” (Salmo 14:6)

Me llama mucho la atención la frase “los planes del pobre”. Hay varias posibilidades de significado, porque los pobres, al igual que cualquier persona tienen derecho no sólo a soñar sino a tener planes, especialmente para salir de su pobreza. Sin embargo, se burlan de sus ilusiones y quimeras. ¿Quienes? Evidentemente, quienes no son pobres, y esa es la ironía del texto. ¿Quienes en realidad son los pobres, los que hacen planes o los que se burlan?

Las personas que tienen recursos superiores a la media, suelen ser orgullosos, pagados de sí mismos y engreidos. Muchos, miran en menos a quienes tienen más. Conozco personas que en una sola ida al centro comercial de moda gastan lo que gana un jornalero en un mes y a veces más. ¿Qué hace pobre a una persona?

Seguramente, la mente nuestra irá directamente a los recursos económicos, pero, esa es sólo una parte de la historia. Es cierto, la parte económica es importante, no obstante, eso no hace pobre a alguien. Las personas verdaderamente pobres son aquellos que nunca están satisfechos con lo que tienen y siempre se sienten miserables porque otros tienen algo que ellos carecen.

He conocido personas, mal llamadas pobres, con una alegría de vivir que es envidiable. Llenos de fe, de confianza, de satisfacción con la vida, que no he visto en algunos mal llamados ricos. ¿De qué sirve tener muchas riquezas si no hay paz, satisfacción y armonía familiar?

Por otro lado, el “pobre” del que menciona el salmista, vive con sus esperanzas puestas en Dios, y ninguna persona que confía en la divinidad puede considerarse pobre, en el sentido estricto de la expresión, posee algo que algunas personas nunca llegan a tener: visión de futuro, alegría de sentido, satisfacción de saberse parte de un plan maravilloso, contentos de conocer que sus vidas tienen una razón de ser.

Los pobres, los realmente pobres, a menudo, no saben que lo son. Viven confiados en sus riquezas materiales, pero vacíos de sentido y de alegría de vivir. No ven otra perspectiva que la cuenta bancaria, sin darse cuenta de que una vida sin sentido, es simplemente, una vida vacía.



Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. 
Del libro inédito: SALMOS DE VIDA 

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Sobrecogidos de miedo



“Allí los tienen, sobrecogidos de miedo, pero Dios está con los que son justos” (Salmo 14:5)

No es fácil tener una imagen mental de personas que obran mal dañando a tanto semejantes, pero eso es precisamente de lo que habla el texto, que en algún momento, quienes obran mal y que “jamás invocan al Señor” (Salmo 14:4), en algún momento quedan sobrecogidos de miedo, porque así es siempre, de un momento a otro nos estalla en la cara el mal que hacemos, especialmente cuando dicho mal daña a otros.

Por otro lado, tenemos la idea de delincuentes peligrosos y violentos, pero la realidad, es que los verdaderos malos, a menudo, actúan a cara descubierta, protegidos de apellidos y oficios respetables, pero hacen daño con acciones que pasan desapercibidas para los demás.

En todo el mundo se está observando de manera desconcertante, como tantas personas de influencia y políticos de renombre, hacen acciones que los desacreditan frente a la opinión pública. Por ejemplo, los actos de corrupción son cada vez más comunes, y aunque numerosos países han creado normas específicas para limitar este tipo de acciones lo real, es que siguen ocurriendo.

No hay que equivocarse. Son más los que actúan mal actuando como honorables, que aquellos que en un arranque de locura asaltan un comercio y violentan a sus dependientes.

Son connotados banqueros y políticos los que han organizado algunas de las guerras contemporáneas, para llenarse los bolsillos con la venta de armas, y tal como fue en Irak, con la reconstrucción del país.

Lo que nunca hay que olvidar es que, aunque de pronto no lo parezca, “Dios está con los que son justos” (Salmo 14:5). Es decir, Dios no deja a sus hijos a merced de la maldad. De una forma u otra los protege y los acompaña en procesos que son muy difíciles.

La promesa es hermosa y no hay olvidarlo. Ser justo no es ser irreprensible y no equivocarse nunca, sino estar bajo el amparo de la gracia divina y haber sido cubierto con la misericordia de Dios que se complace en acompañar y abrazar a sus hijos, aún en las situaciones más difíciles.



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Alguien inteligente



“Dios, desde el cielo, mira a hombres y mujeres; busca a alguien inteligente que lo reconozca como Dios” (Salmo 14:2)

La traducción de la Biblia en Lenguaje Actual capta el sentido del texto de una manera poco habitual. Es capaz de conciliar el sentido del texto en su sentido original con un mensaje potente que necesitan captar las personas que leen la Biblia y adoran a Dios.

Dios “busca a alguien inteligente que lo reconozca como Dios”, esa idea que plantea el Salmo 14 está en el contexto de la necedad. Para el salmista, el necio o necia, es aquella persona que decide no creer o negar la existencia de Dios. Sin embargo, se le puede dar otro giro al versículo.

Muchas personas han reducido el creer a un mero acto de emoción. El emocionalismo campea entre muchos cristianos, que simplemente, se niegan a utilizar sus capacidades cognitivas para creer, y especialmente, para leer la Biblia. Sin embargo, como dice el téologo inglés John Stott: “Creer es también pensar”. Una persona que no utiliza su intelecto para creer termina actuando de manera irracional.

De hecho, muchos intelectuales y gente del mundo académico rechazan el cristianismo por culpa de muchos creyentes que actúan como si la facultad de pensar fuera un adorno sin utilidad. Atrofiar la mente para creer en Dios, es simplemente, una forma burda de creer. De la mano de la irracionalidad han surgido los Talibanes, los Inquisideores, los Progrom, y todos los grupos fundamentalistas y extremos que pululan por el mundo actual y en el pasado.

Da escalofríos cuando algunos, en aras de creer, terminan avalando las situaciones más horribles y no haciendo análisis de su fe, ni tampoco, ponderando lo que está escrito en la Biblia, que contiene textos de terror, como Jueces 19 por ejemplo. No todo lo que está en la Biblia es un ejemplo de cordura, muchos incidentes están en la senda de los episodios más horrendos de la humanidad, pero para saberlo, es preciso pensar.

Una persona que es creyente, pero que se niega a pensar, termina fanatizada y actuando de manera irracional, no es a esa gente que Dios busca como adoradores. Creer y pensar van de la mano. Quien se niega a pensar, termina, en los hechos, negando su fe.



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Ni siquiera uno



“Desde el cielo mira el Señor a los hombres para ver si hay alguien con entendimiento, alguien que busque a Dios. Pero todos se han ido por mal camino; todos por igual se han pervertido. ¡Ya no hay quien haga lo bueno! ¡No hay ni siquiera uno!” (Salmo 14:2-3).

Los versículos que encabezan esta reflexión muestran una realidad cruenta que muchos se niega a ver: El ser humano, está herido de raíz por el pecado, que no puede abandonar, porque en muchos sentidos es parte de su naturaleza. El apóstol Pablo toma las mismas palabras y le da una connotación distinta: “¡No hay ni un solo justo!” (Romanos 3:10).

Si lo miramos de manera fría y analítica, ningún ser humano es culpable de haber recibido una herencia pecaminosa. Si fuéramos culpabilizados por eso, simplemente, Dios sería injusto por ponernos una carga que no hemos elegido. Nadie, en su sano juicio, eligiría un mundo pecaminoso.

El texto señala otra cosa, la gente se pervierte, es decir, deja que su pecado latente se haga evidente, cuando se aleja de Dios. Cuando se deja de buscar a Dios, entonces, no tiene mucha esperanza y termina convirtiéndose en algo muy distinto a lo que Dios ha planeado.

Como es injusto que seamos culpabilizados por algo que no elegimos, Dios creó el plan de salvación de manera objetiva. Cristo muere por nosotros, para darnos la oportunidad de ser libres. Es lo que magistralmente señala el apóstol Pablo cuando dice que en Cristo hemos sido libertados (Romanos 6: 18).

El problema no es la elección de Dios, que ya la ha hecho: Decidió morir por nosotros. El quid del asunto es entender que somos nosotros los que elegimos a Dios o no. Si hacemos lo primero, entonces, tenemos como fruto la santificación (Romanos 6:22). Es decir, comienza un proceso de transformación milagrosa de nuestra condición pecaminosa. Algo que no surge de nuestra voluntad, sino del milagro que Dios comienza a obrar en el ser humano. Con Dios todo es posible, sin Dios, continuamos siendo los mismos: Esclavizados al pecado que hemos heredado.

No obstante, el cambio obrado por Dios en nosotros no es lo que produce la salvación sino el hecho objetivo de la encarnación.



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El legado del necio



“Los necios piensan que no hay Dios: todos se han pervertido; han hecho cosas horribles; ¡no hay nadie que haga lo bueno!” (Salmo 14:1).

Un necio es una persona que siendo inteligente se comporta como si no lo fuera. Es aquel individuo que se niega a aceptar las evidencias, y simplemente, sigue adelante, pese a que tiene todo para creer.

Sin embargo, hay un componente más en todo esto. Sin la existencia de Dios, entonces, la ética y la bondad no se justifican en sí mismo. Tal como diría alguna vez Fedor Dostoievski (1821-1881) en su novela Los hermanos Karamazov: “Si Dios no existe, todo está permitido”.

Jean Paul Sartre (1905-1980), el filósofo existencialista francés, tomando esta idea señaló: “Si Dios no existe,¿es entonces difícil y hasta imposible fundar –o fundamentar, como hoy se dice– cualquier tipo de ética?”.

El escritor francés Albert Camus (1913-1960), en su libro El hombre rebelde señaló que: “Aunque Dios no exista, no todo está permitido; por lo tanto, es posible y hasta necesario que haya una ética sin Dios. Es más: puesto que Dios no existe, la justicia es cosa nuestra”.

¿Es posible una ética sin Dios? Si, muchos lo han formulado desde el punto de vista ético. La mayoría de los filósofos han sido personas no creyentes, sin embargo, en algún momento sus planteos éticos desbordan y se convierten en meras ilusiones teóricas.

Es lo que sostiene Max Horkheimer (1895-1973), filósofo y sociólogo alemán: “Todo intento que trata de fundamentar la moral en la inteligencia humana y no en el más allá, construye sobre ilusiones armonizadoras. En último término, cuanto está relacionado con la moral tiene que ver con la teología”. Conste que Horkheimer no era creyente, pero entendió el absurdo de vivir sin una noción de Dios.

Es lo que finalmente plantea el texto de hoy, cuando el necio niega a Dios lo que le queda es un camino de perversidad, donde lo horrible reemplaza a lo bueno. Dios es el sustentador del bien, sin él, no tenemos nada. Convencerse de esta premisa puede llevar toda la vida, pero a juzgar por los resultados que la historia es pródiga en mostrar, no hay dudas que la convicción de fe produce personas piadosas que están dispuestos por amor a Dios a moderar sus conductas.



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Alegría de enemigos

“Mis enemigos se alegrarán si yo resbalo” (Salmo 13:4)

No olvido una frase que utilizaba mi madre, un tanto popular, pero muy gráfica, y la usaba, especialmente cuando alguien festinaba porque a una persona le estaba yendo mal. “No escupas al cielo porque puede caerte en la cara”. Con eso expresaba una verdad que muchos olvidan. La vida es cíclica, lo que le pasa a otro en este momento, puede ocurrirte a ti, en otro.

El común de los mortales siente empatía cuando a una persona le va mal y resbala en la vida. Los enemigos, al contrario, se alegran con el dolor ajeno. Es lo que siente el salmista, ve que sus enemigos están al acecho esperando el momento en que cometa un error o trastabille y haga algo torpe que pueda ocasionarle heridas dolorosas.

Lo penoso de David es que sus perseguidores eran sus hermanos de sangre. Los mismos con los cuales había celebrado la victoria sobre Goliat y que habían visto sus servicios al rey Saúl, ahora, por amor al poder y por no querer estar mal con la casa real, simplemente, se habían vuelto en su contra. Como hienas, lo acechaban y estaban pronto a celebrar cualquier derrota que tuviera, el otrora, héroe de Israel.

Lamentablemente, es una realidad muy común. Muchas personas, si bien admiran a quienes tienen talentos y dones sobresalientes, también, en el fondo, esperan que tengan algún resbalón, que de alguna manera compense lo que ellos no tienen. Es la envidia con otro nombre. Es una forma pueril de sostener que si ellos no han tenido lo mismo, otros, tampoco pueden tenerlo.

Los enemigos, no necesariamente se buscan. El pastor y doctor, Martín Luther King solía decir: “Para tener enemigos no hace falta declarar una guerra; sólo basta decir lo que se piensa”. ¡Cuánta razón! Mientras guardas silencio, especialmente, frente a situaciones poco éticas o claras, no hay problema. Te alabarán y palmearán la espalda como si fueran grandes amigos tuyos. Basta con que digas que tu conciencia no te permite creer o apoyar determinadas acciones o ideas, para que los otrora amigo se vuelvan en tu contra y te consideren enemigo acérrimo, al que hay que buscar destruir y aplastar. La naturaleza humana es la misma. La tolerancia sigue siendo un “debe” en la lista de cualidades de muchos que no aceptan que otro piensa distinto.





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