El dolor de la injusticia

“Así mismo, el atleta no recibe la corona de vencedor si no compite según el reglamento” (2 Timoteo 2:5) 

Gretel Bergmann (1914)

Aemania organizó los Juegos Olímpicos de 1936. Estados Unidos amenazó con boicotear las olimpiadas a menos que se dejara participar a competidores alemanes de ascendencia judía. Ante la presión los alemanes “invitaron” a atletas judíos, sin embargo, luego que se levantó el boicot y faltando tres días, los 21 judíos preclasificados fueron dejados a un lado.

Gretel Bergmann era una destacada atleta, sin embargo, no se le permitió participar en los juegos. Al terminar los juegos fue admitida en el seleccionado de atletismo norteamericano para participar en diversas competencias. La motivaba romper con el estereotipo que difundían los nazis respecto a los judíos, a quienes calificaban de “gordos, de piernas torcidas y miserables”.

Los nazis expulsaron a todos los judíos de los clubes deportivos. Gretel partió con parte de su familia a Inglaterra, donde compitió por el equipo británico convirtiéndose en campeona. Por el boicot los alemanes la invitaron a unirse al equipo olímpico, ella aceptó porque temía que su familia y otros judíos sufrieran represalias por no participar. Sin embargo, a pesar de sus dotes y logros, fue obligada a disputar una ronda de clasificación un mes antes de los juegos, donde logró saltar 1,60 metros, su mejor marca personal.

A Gretel y al resto de los jóvenes judíos expulsados se les negó el ingreso al estadio ni siquiera como espectadores. En su retina quedó grabado los carteles que se leían en el estadio: “no se permite la entrada ni a judíos ni a perros”. Después se supo que los nazis infiltraron en los juegos a un atleta varón, Dora Rajten, a quien hicieron pasar por mujer y quien ocupó el lugar de Gretel. Lo que evidencia los excesos de la prepotencia ideológica.

Quisiera que esto fuera una historia del pasado, pero no lo es. Aún los seres humanos siguen clasificando a otros seres humanos por el color de su piel, por su raza o por su género. Nada de eso tiene que ver con el mensaje de inclusión y justicia que nos presenta la Biblia. Dios no hace acepción de personas. Todo cristiano debería tener por vocación hacer sentir a cualquier persona como un ser precioso, tan valioso que Jesucristo vino a morir para darle a todos los individuos la oportunidad de mirar el futuro con esperanza. La injusticia y la discriminación, no tiene nada que ver con Cristo y la cruz.

Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inedito: Héroes de verdad

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