Ortodoxia



“En esto sabremos que somos de la verdad” (1 Juan 3:19)

El mayor problema no es tener una verdad, sino aprender a respetar las verdades que ha encontrado otra gente, incluso, aquellas que difieren de las nuestras. En la historia del cristianismo lo más difícil ha sido lidiar con lo ortodoxia y lo heterodoxia (es decir, lo contrario a la idea imperante).

Algunos sostienen que la verdad que ellos tienen es la única verdad posible y que debe ser descartada y rechazada toda otra verdad que no coincida con lo que ellos entienden por verdad. En ese contexto se realizan verdaderas cruzadas institucionales y denominacionales para librarse de la herejía.

Se desprecia el pensamiento divergente y se trata con desdén a quienes manifiestan ideas contrarias al grupo mayoritario o a quienes ostentan el poder dentro de un conglomerado religioso. El dogma, lo aceptado como correcto se convierte en la norma de trato hacia otros.

Lo real, de acuerdo a W. Bauer es que la ortodoxia no nace en el rechazo a la herejía, sino tal como establece en su libro ya clásico Orthodoxy and Heresy in Earliest Christianity (Ortodoxia y herejía en el cristianismo primero), la ortodoxia emerge durante el proceso de definición de la herejía y no a la inversa.

Eso implica que mientras algunos pierden tiempo y energía atacando supuestas herejías otros se concentran en analizar la supuesta herejía para desde allí establecer qué es correcto y qué no lo es.

Cuando las comunidades cristianas establecen un conjunto de doctrinas y señalan que ya no hay nada más que analizar ni reflexionar, privan a sus propias comunidades del fluir necesario de ideas que permita aclarar, profundizar, rechazar o extender las verdades ya conocidas. Una organización religiosa sana nunca se opone a ideas nuevas, al contrario, siempre está indagando la posibilidad de ideas nuevas, existan formas más frescas de acercamiento a la fe y la gracia.

Por el contrario, las comunidades eclesiales enfermas se caracterizan por su constante satanización de todo lo diverso. De excluir a cualquiera que proponga una nueva definición o tenga una visión diferente sobre antiguas ideas ya vertidas dentro de la comunidad. Lo que caracterizó el primer y segundo siglo de cristianismo fue el dinamismo teológico, la búsqueda, la reflexión, el análisis, que se fue perdiendo lentamente con el dogmatismo, los credos y las declaraciones cerradas de doctrinas.

Del libro inédito Superando obstáculos
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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