Pérdida



“Los jefes de los sacerdotes y nuestros gobernantes lo entregaron para ser condenado a muerte, y lo crucificaron” (Lucas 24:20)

La palabra pérdida es cruel. Denota algo que nadie quiere pasar y se vincula con la vida, los afectos y lo que nos rodea. En Chile cuando alguna mujer ha tenido una aborto espontáneo suele decir: “Tuve una pérdida”. No es algo que se dice con alegría sino con una sensación de tristeza y amargura.

La vida misma parece ser una serie de pérdidas: Se pierden amigos, de pronto nos vemos enfrentados a la muerte y nos damos cuenta que es algo irremediable. Se pierden trabajos y amores. Nos quedamos sin salud y sin esperanza. Perdemos oportunidades y la existencia nos pone en situaciones de conflicto. La pérdida y la sensación de precariedad nos acompaña a menudo. “A veces parece incluso que la vida no es más que una interminable serie de pérdidas” (Neuwen, 1996: 25).

¿Cómo se vive en una situación similar? ¿Cómo se enfrenta la precariedad de la existencia y la fragilidad de cada instante? Algunos lo viven con una sensación de miedo y temor permanente, por esa vía, se llega a la neurosis. Otros, actúan como si nada importara, lo que lleva irremediablemente a la apatía. Hay quienes espiritualizan todo o culpando al diablo o responsabilizando a Dios, lo que es una forma de negación e indolencia ética al no hacerse cargo de nada. ¿Cuál es la vía sana?

Es necesario admitir que en ocasiones tendremos pérdidas que son inevitables: Salud, vida, trabajo, amistades, lugares, y un gran etcétera. El saber que aquello ocurre no debe convertirnos ni en indolentes, ni neuróticos ni apáticos, simplemente, en personas que aprenden a vivir cada instante como si fuera el último e invierten las mejores energías en vivir de manera positiva y proactiva, no dejando que las circunstancias dicten cómo debemos sentirnos o qué debemos pensar.

Esta forma de pensar es más difícil, pero es la única que nos puede dar una perspectiva de la existencia más sana y positiva. Es lo que hizo Jesús con los dos jóvenes caminantes a Emaús, no se lamentó con ellos ni les hizo la venia de la indolencia, simplemente, cambió su perspectiva, les mostró lo que no estaban viendo, les ayudó en su ceguera para que pudieran percibir aquellos aspectos que en medio del dolor estaban olvidando. Jesús fue proactivo, tal como deberíamos ser siempre nosotros.

Del libro inédito Superando obstáculos
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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