La vida es bella

“Porque el violento será acabado, y el escarnecedor será consumido; serán destruidos todos los que se desvelan para hacer iniquidad” (Isaías 29:20)

Hay películas que hacen llorar. Algunas hacen reír, pero otras emocionan hasta las lágrimas.

La vida es bella es una de esas películas que no dejan indiferente. Las reacciones que produce son encontradas. Comienza como una historia de amor que se va entretejiendo en una serie de hechos jocosos y hasta absurdos dignos de una comedia. Sin embargo, a medida que la película avanza, la comedia va adquiriendo un carácter trágico.

Aparece en escena una amenaza oscura, el fondo de la trama: La guerra y la xenofobia. Los protagonistas son como en muchas películas los nazis.

En este contexto Guido, protagonizado por Roberto Benigni, hace esfuerzos tragicómicos para que su pequeño hijo Giouse viva todo el mal que le acecha sin perder espontaneidad ni lucidez infantil. El niño vive el desastre moral de aquella época como si fuera un instante mágico, como si nada de lo que sucede a su alrededor pudiese tocarle. Es la representación de la inocencia en medio de la maldad. La mirada de un niño interactuando con lo más horroroso y ruin del ser humano sin perder su niñez.

La historia se desarrolla en 1939, en la Italia fascista y antisemita, época en la que 8.000 judíos italianos fueron privados de sus vidas y llevados a campos de concentración.

La lección es que a pesar de las circunstancias es posible seguir creyendo que la vida es maravillosa. Puede parecer ingenuidad en un mundo acostumbrado al horror y cegado por tanta violencia. Sin embargo, siempre es posible encontrar algo bueno en medio del horror. Como la flor de loto que surge espléndida en medio del barro y la suciedad.

“Valor verdadero es tomar una decisión y perseverar haciendo lo que se debe hacer. Ningún hombre moral puede tener paz en la mente si deja de hacer lo que sabe que debió haber hecho” (John White).


Del libro inédito Historias de cine
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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