Al fondo del mar



“Dios volverá a compadecerse de nosotros, sepultará nuestras iniquidades, y echará nuestros pecados en la profundidad del mar” (Miqueas 7:19 RV90)

El texto bíblico dice “en la profundidad del mar” otras versiones usan la frase “al fondo del mar”. No dice, en la profundidad de tu closet ni en el fondo del baúl para volverlo a sacar en el momento en que me sea útil.
En el mundo hay coleccionistas de todo. Muchos objetos son acumulados y atesorados por personas de todo el mundo. Como no podría ser de otro modo, hay algunos que son expertos en coleccionar agravios. Los atesoran como preseas valiosas. Constantemente los observan y se gozan con sus tesoros. Los coleccionistas de ofensas abundan, aunque suelen esconderse detrás de frases de buena crianza: “No me olvido para no ser nuevamente engañado(a)”; “lo recuerdo para no cometer el mismo error”; “lo tengo presente para que no me lo vuelvan a hacer”; y la lista es interminable.

En todo coleccionista de agravios se esconde alguien que no entiende ni el perdón ni la gracia. El perdón implica olvidar, dejar, soltar, de otra manera se vive permanentemente atado a un dolor que no deja respirar.

La película Argentina, El secreto de sus ojos, del año 2009, ganadora del Oscar a la mejor película extranjera narra la vida de Benjamín Espósito que en 1999 busca aclarar un crimen ocurrido en 1974, de la violación y asesinato de una mujer. Su esposo Ricardo Morales, queda devastado, y Espósito le promete que va a encontrar al asesino. El fiscal para salir del paso acusa a dos inocentes que bajo tortura se declaran culpables.

Espósito sigue investigando, encuentra a un sospechoso, pero la causa es cerrada. Luego de un tiempo logra que se reabra la investigación, da con el asesino, logra que lo juzguen, pero el fiscal, que se ha convertido en su rival con argucias y mentiras hace que lo liberen. Pasan los años, y un día Espósito visita a Morales que vive alejado en la provincia y allí se encuentra que por décadas el hombre ha mantenido al asesino de su esposa encerrado en una celda que ha construido en su propia casa. El no perdonar lo ha encadenado a su ofensor.

Así es siempre, el que no perdona carga un muerto del que no puede deshacerse. Por eso el perdón es la única salida viable para el agravio.

Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez, 2013
Del libro inédito: Lazos de amor
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