Grito de agonía


“La muerte me enredó en sus lazos; sentí miedo ante el torrente destructor.La muerte me atrapó en sus lazos; ¡caído estaba en trampas mortales! En mi angustia llamé al Señor, pedí ayuda a mi Dios, y él me escuchó desde su templo; ¡mis gritos llegaron a sus oídos!” (Salmo 18:4-6).

Imagino la angustia de David mientras escribe estas palabras y siento empatía sabiendo que más de alguna vez hemos tenido esa misma sensación de abandono, angustia, soledad, y sentimiento de muerte que embarga, cuando nos sabemos a merced de perseguidores.

Quienes esgrimen discursos espiritualizantes y desconectados de la realidad, sé que sin duda estarían prontos a condenar a David por sus palabras y su, aparente, “falta de fe”. Pero, qué extraordinario es Dios que preservó estos poemas que nos muestran por un lado, la fragilidad del ser humano, y por otro, la grandeza de un Dios que está siempre presto a escuchar.

Es una mentira muy bien urdida enseñar que Dios se aparta del ser humano. Es un engaño, sutil y efectivo, transmitir la idea de que Dios no escucha a algunas personas. Ambas ideas, aparte de ser absurdas, porque desconocen atributos básicos de la divinidad, presentan una distorsión de la imagen de Dios, tal como se revela en Jesucristo, el exégeta de Dios, el que viene a mostrar al Padre (Juan 1:18).

Dios no se ofende con nuestra angustia. Dios no nos rechaza cuando nos falta confianza. Dios no nos desprecia si en algún momento, por la fragilidad humana, nos dejamos llevar por emociones negativas y dejamos que la melancolía y el desánimo nos inunden. Dios, que es amor, que es Padre, que es nuestro refugio y protector, nunca, por ninguna razón nos abandona.

Si estamos enojados, aún con Dios, el Señor en su misericordia no nos desprecia. Si incluso llegamos a blasfemar el nombre de Dios porque el dolor resulta insoportable, Dios no nos abandona. Por eso que David se atreve a verter su dolor delante de Dios, no teme mostrar su fragilidad, y parecer vulnerable ante Dios porque sabe que sus gritos de tristeza y desánimo serán escuchados y Dios nos abrazará con ternura como una madre que le dice a su hijo: Llora hijo, te hace bien.

¿Sabes que puedes ir a Dios, tal como eres, sin miedo?

Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez, 2013
Del libro inédito: Salmos de vida

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