“Te amo, Jehová, fortaleza mía” (Salmo 18:1)
Cuando era niño, y asistía semana a semana, a la escuela dominical, en la primera iglesia bautista de la ciudad en donde me crié, escuchaba embelesado cuando se hablaba de un Dios que nos cuida y protege. Probablemente por haberme criado en un hogar sin padre, esas imágenes calaban más hondo que otras. Aún recuerdo la emoción cuando el tío Guillermo, como llamábamos los niños al pastor de la iglesia, nos hablaba de SU Dios de amor. Todos sabíamos que él no hablaba de teoría sino de su propia experiencia.
Es extraordinario como en casi todo el libro de Salmos, la expresión más repetida es “mi”. El salmista habla de Dios en términos personales. Dios es “su” pastor; es “su” camino; “su” protector; “su” fortaleza. No habla de la experiencia de otra persona, sino de su propia realidad. Él cuenta lo que vive no lo que le han contado otros. Esa es la clave de una religión verdadera. La religión que se hace carne en nosotros. La fe no se presta ni se hereda. La fe es siempre una cuestión personal, de otro modo, carece de sentido y lógica.
Por esa razón, que lamera asistencia a las iglesias y a los cultos, siempre me ha parecido una exageración y en muchos casos, una pérdida de tiempo, que no sólo ocasiona problemas espirituales, sino además, una distorsión de la religión. Espero que no me entiendan mal, como es común en muchos que leen frases aisladas de su contexto. El culto grupal tiene un sentido, que está más enfocado en el testimonio, no en el invento que se hizo en siglos pasados de liturgias y sermones. La asistencia a la iglesia tiene sentido en el contexto del mutuo testimonio que nos ayuda a crecer, pero no puede ni debe reemplazar la única realidad espiritual básica que es la vinculación personal e individual con Dios. El culto más importante siempre es el personal.
Muchos han hecho depender su vida religiosa del predicador de turno, lo que es una tragedia, más aún considerando que algunos que ocupan los púlpitos dicen cosas horrorosas de Dios. Dios espera que tú y yo nos acerquemos al trono de la gracia personalmente. Que abramos la Biblia y nos empapemos de su amor. Que tengamos un encuentro diario y personal con él. Sólo así el será “nuestra” fortaleza, no la de otros, sino “nuestra”, personal y única.
Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito: SALMOS DE VIDA
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