Haz bien



“Haz bien, Señor, a los que son buenos, a los de recto corazón” (Salmo 125:4)

Aunque entiendo el sentido de la aseveración del Salmo 125, el pedido que se hace no tiene sentido. Dios es bueno y en su esencia está amar, por lo tanto, no podría hacer otra cosa que bien. Dios es la encarnación del bien, tal como lo vemos en Jesucristo. ¿A qué se refiere entonces el salmista?

Simplemente el salmista expresa un deseo que todos los creyentes tienen: Que Dios cuide y proteja a los buenos y que nada malo les pase. Sin embargo, esa es una ilusión, por decirlo de manera simple. Hay una extraña forma de actuación divina que los seres humanos simplemente no logramos entender. Lo cierto, es que por mucho que deseemos que a los buenos les vaya bien, la verdad simple y cruda es que a mucha gente buena le suceden cosas malas, como dice el título del célebre libro de Harold Kushner.

¿De qué sirve Dios entonces en medio del dolor?

Muchas veces me he planteado esa pregunta imaginándome estar en una oscura celda de un campo de concentración nazi o siendo torturado por algún enajenado mental de un régimen totalitario latinoamericano como el de Pinochet, Stroesner o Videla. ¿Qué pensaría de Dios en esas circunstancias? ¿Podría seguir creyendo?

Estando en el Aeropuerto de Miami, en EE.UU., escuché a una joven cubana muy alegre dándole una lección a un joven y le decía:

—¡No señor! ¡Los buenos no morimos, nos matan!

Pude ver la sonrisa en los labios de algunos de los que en esa sala de aeropuerto escuchamos esas palabras, pero pensé mucho en ellas durante mi trayecto y concluí que tenía razón. Grandes luminarias humanas que hicieron del amor, de la paz y la tolerancia han sido asesinados, empezando por Jesucristo, pero en la lista hay nombres como los de Martin Luther King o Mahatma Gandhi.

La bondad es un desafío abierto hacia el mal. Es incomprensible. Resulta inaudito creer que alguien sea capaz de actuar bien, en la mente de una persona mala, no hay lugar para la luz. Las tinieblas los ciegan. Dios, en un acto, aún más osado e inexplicable no limita la libertad de nadie, ni siquiera de los verdugos ni los torturados, algunos de los cuales murieron sin ser juzgados como Augusto Pinochet.



Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. 
Del libro inédito: SALMOS DE VIDA 

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