De las manos del tirano





“No se acordaron de lo que hizo el día aquel en que los rescató de las manos del tirano” (Salmo 78:42)

Toda tiranía es desconcertante. Pasé buena parte de mi niñez y adolescencia hasta llegar a adulto viviendo en la tiranía opresiva y cruel que instauró en Chile Augusto Pinochet, con la complicidad de miles de políticos, empresarios y religiosos, algunos que hasta el día de hoy avalan los asesinatos masivos, las torturas y las desapariciones forzadas.

¿Cómo es posible que gente civilizada pueda creer que para vivir en paz es necesario desaparecer a alguien? ¿En qué mente cabe creer que la razón tenga algo que ver en asesinar a mansalva y de manera absolutamente impune a gente indefensa que lo único que hizo fue creer en algo distinto a otros?

Como una persona racional me cuesta comprender la irracionalidad de intentar justificar lo injustificable. Me resulta paradojal y monstruoso que personas que se llaman cristianos apoyen a genocidas, torturadores y asesinos. Más allá del perdón y arrepentimiento, nunca he creído en la impunidad ni en la irresponsabilidad de no aceptar las culpas de las acciones realizadas, menos intentar justificar el asesinato, la tortura, el secuestro de niños, la violación, o cualquier acto de violencia. El mal, nunca tiene justificación, por mucho que nos parezca que si en determinadas circunstancias.

Todos los tiranos y dictadores, para hacer lo que hacen, crean un ambiente de confrontación porque tal como Hitler en la Alemania nazi, comprenden “a la perfección la necesidad de crear un enemigo exterior” para de esa forma galvanizar a los seguidores a quienes se puede culpar “de las deficiencias del sistema”, una estrategia, que “han seguido todos los regímenes totalitarios sin excepción” (Hernández, 2006:114).

Ponerse de parte de la verdad, la justicia, la equidad, la bondad y el amor en tiempos tan infames como una dictadura no es fácil. Representa una osadía que demanda mucha entereza, una valentía a toda prueba. Sin embargo, no dar muestras de condena a conductas tan viciadas como las que realizan las dictaduras una vez que el hecho ha pasado, en la práctica es convertirse en cómplice pasivo de la tiranía.



Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. 
Del libro inédito: SALMOS DE VIDA 

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