Una declaración de fe



“Tú eres mi Señor; no hay para mí bien fuera de ti” (Salmo 16:2)
La vida exige compromiso, la neutralidad es para cobardes, políticos y marcianos. Quienes postulan posiciones neutrales, en realidad, no son confiables. No se casan con nadie y lo hacen con todos. Son tan predecibles como una veleta llevaba por el viento. Suelen ir donde va la mayoría, y especialmente quienes buscan la democratización de la conciencia, son los menos fiables.

La declaración que hace el salmista: “Tú eres mi Señor”, no implica lo que en la actualidad pensamos de “Señor”, una palabra que ha perdido todo impacto y de tanto usarla y abusarla, ya no tiene sentido. En el momento en que el salmista escribe “Señor” es sinónimo de “amo”, “dueño”, “soberano”, por lo tanto cuando está reconociendo en Jehová su Señor, lo que está haciendo simple y llanamente es renunciar a sus derechos personales sometiéndolos todos a Dios. De hecho, la religión cristiana verdadera, no la de cultos, rituales y otras parafernalias que sólo sirven para aplacar culpas, es una religión de “siervos”, es decir, de individuos que sólo reconocen a un Señor, a Dios. Razón por la que en el primer siglo fueron perseguidos, porque ese era un acto de sedición en un mundo donde sólo había un Señor, el emperador, la encarnación viviente de los dioses.

Es en ese contexto donde debe entenderse la declaración que viene después: “no hay para mi bien fuera de ti”. Muchos cristianos harían bien en revisar sus premisas y prioridades, porque en la búsqueda de seguridad, felicidad personal y sentido vital, muchos hipotecan su futuro en pos de vienes que son hojarazca que se lleva el viento.

Cuando el salmista declara, en un acto de fe, que no hay ningún bien superior a Jehová, lo que está haciendo es priorizando. Las prioridades marcan toda la existencia humana. Cuando no entendemos con claridad las prioridades, entonces, obramos de una manera equívoca y tenemos conflictos, especialmente en el trato con otras personas, porque enviamos mensajes equívocos, inconsistentes y con mucha incoherencia.

Dios es celoso, lo que implica que no acepta otra prioridad que no sea él. No lo exige por egoísmo, sino porque sabe que de ningún otro modo podríamos ser plenos.



Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. 
Del libro inédito: SALMOS DE VIDA 

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