Doler en la raíz de las alas



“Me invade una gran tristeza y me embarga un continuo dolor” (Romanos 9: 2)

El título de la reflexión de esta jornada es parte de un poema de Dulce María Loynaz que habla de aquel dolor profundo, que nos deja sin aliento, como “cuando empezó a dolerme la raíz de las alas”.

A menudo, y a causa de una antropología sexista, las mujeres han sido consideradas como personas con mayor fortaleza y capacidad de aguente. Como dita Pilar de Miguel:

“una mujer fuerte es una masa de cicatrices que duelen cuando llueve, y de heridas que sangran cuando se las golpea, y de recuerdos que se levantan por la noche y recorren la casa de un lado a otro calzando botas. Una mujer fuerte es una mujer que ama con fuerza y llora con fuerza y se aterra con fuerza... Y lo que la conforta es que la amen tanto por su fuerza como por su debilidad, que emanan del mismo sitio...” (de Miguel, 2006:16).

Quienes nos vemos confrontados a la necesidad de tratar con el dolor, todos los días y a cada momento vamos quedando con cicatrices que son de otros. Dolores que se nos enquistan en el alma. A menudo me pregunto:

—¿Cómo esta persona ha soportado tanto?

Una de las razones de la prudencia de abstenernos de juzgar es que nosotros no tenemos la más mínima idea de cómo actuaríamos en determinada circunstancia. De hecho, al escuchar en la consulta a cientos de personas que padecen los más variados sufrimientos, muchas de las cuales son mujeres, me pregunto si yo mismo sería capaz de asumir algunas conductas que otros han asumido.

El dolor es extraño. Es un monstruo de mil caras. No sabes cómo será tu reacción cuando te enfrentes a un momento difícil. La próxima vez que juzgues con dureza porque alguien no ha actuado de acuerdo a tus expectativas o digas esa manida frase absurda: A mi no me pasaría. Piensa por un instante que todos tenemos un límite y un umbral para el dolor, donde pasa de ser soportable a insoportable, de dejarnos actuar con cordura y enloquecernos. Por eso la empatía es vital siempre.

Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
Del libro inédito: Ser mujer no es pecado

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