Ideas distorcionadas



“Así que llamaron a Rebeca y le preguntaron: ¿Quieres irte con este hombre? Sí respondió ella” (Génesis 24:58)

Mi hija tendría unos 17 años. Era una chica jovial. Nunca ha dejado de serlo. Me dirigía a mi trabajo como profesor de teología en la Universidad en la que laboraba y un hermano de la iglesia me detuvo en la calle. Se me acercó con cara de preocupación y me dijo:

—Pastor, permítame decirle que creo que usted está cometiendo un terrible error.

—En qué —le dije preocupado.

—Pues en la forma en que está educando a su hija.

—¿Por qué? —dije sin entender.

—Es que usted le ha permitido pensar por sí misma. Ella es muy independiente. Toma sus propias decisiones y dice todo lo que piensa.

—¿Y cuál es el problema?

—Bueno, con esa actitud nunca va a encontrar marido. ¿Quién querrá casarse con una mujer que es tan independiente?

Al alejarme no sabía si reír o llorar. Si despreciar a ese hombre por su actitud tan cerrada o sentir lástima por su visión tan miope de la realidad.

Luego, al pensarlo mejor, sentí compasión por su esposa y sus hijas, una de las cuales era alumna mía. En ese momento pude hilar cabos y entender algunas de sus reacciones tan defensivas cuando alguien le decía algo.

Si en tiempos de Abraham, cuando los derechos de la mujer eran tan limitados, le preguntaron a Rebeca su parecer sobre lo que hacía el siervo, ¿cuánto más hoy, que tenemos a Jesucristo quien nos muestra un camino diferente?

Pensar por sí mismo no sólo es una maravilla de la creación de Dios, también es un derecho otorgado por el creador a todos los seres humanos. Pensar que una mujer no debería dar su opinión libremente es simplemente no entender la creación de Dios.


Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
Del libro inédito: Ser mujer no es pecado

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