El monstruoso error del legalismo



“Porque el que cumple con toda la ley, pero falla en un solo punto ya es culpable de haberla quebrantado toda” (Santiago 2:10)

El fondo del legalismo es creer que la cruz no es suficiente. Es entender que la gracia es incompleta y que para que el pecador reciba la salvación debe “probar” que es salvo obedeciendo la ley perfectamente. Eso no es sólo un autoengaño, es horroroso, en el contexto de una naturaleza pecaminosa.

El legalismo es una opción religiosa terca, obsecada y llena de orgullo. No aceptan su condición pecaminosa. Creen que son salvos por obedecer, pero no entienden que en cada momento fallan y se equivocan.

La ley, tal como señala Pablo, es el camino para llevar a Cristo, porque en la ley no hay salvación, sólo condena. Quien pone su esperanza en la obediencia a la ley escoge un callejón sin salida porque el ser humano es pecador por naturaleza, pedirle que cumpla la ley perfectamente es como pedirle a un pez que corra una carrera de 100 metros planos fuera del agua, o a la inversa, a un corredor de distancias cortas que haga una maratón de nado bajo el agua sin salir a la superficie.

El legalismo es tóxico. Pone el esfuerzo en el ser humano y descarta el sacrificio de Cristo en la cruz y en la encarnación, porque lo hace insuficiente para la salvación humana.

El legalismo tiene el potencial de enfermar toda vez que por más esfuerzos que haga una persona nunca podrá cumplir la ley de Dios de manera perfecta, por mucho que se usen frases de ocasión fantasiosas o absurdas como “con el poder de Dios es posible”. El apóstol Pablo lo señala de manera taxativa, sólo cuando venga Cristo, todo vestigio de pecado será quitado, hasta ese momento, sólo podremos aspirar a ser lo mejor posible bajo las circunstancias humanas bajo las cuales estamos.

“El legalismo obligatoriamente producirá orgullo en el corazón” (Watchman Nee)


Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
Del libro inédito: Reflexiones al amanecer


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