En el monte santo


“¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en su lugar santo?” (Salmo 24:3)

El “monte del Señor” era un eufemismo israelita para referirse al templo, un espacio al que tenían acceso de manera restringida los judíos únicamente. No podían entrar a dicho lugar turistas extranjeros a menos que fueran conversos, pero aún así, en tiempos de Cristo tenían acceso en el último patio, el más alejado del lugar santo.

Hablar de “entrar” al templo es una forma de decir, porque al santuario sólo entraban los sacerdotes descendientes directos de Leví. Todos los demás, sólo tenían acceso a los patios exteriores, que estaban catalogados por categorías. El más cercano al templo, de los varones. Varias gradas más abajo, las mujeres, y más abajo, los extranjeros convertidos. Nada de esto existía en el templo original de Salomón, ni menos en el santuario del desierto. Señal de que a los seres humanos les agrada la discriminación y la exclusión, y luego, lo incorporan al acto litúrgico como si hubiera sido ordenado por Dios, cuando no es más que una tradición basada en prejuicios y estereotipos.

El templo de Israel o el Santuario del desierto no tenían simil con la liturgia y la ceremonia religiosa actual. Algunas personas confunden los tantos y homologan dicho templo y/o santuario, con los lugares de culto contemporáneos. Eran distintos en propósito y en forma. En Israel se ofrecía un sacrificio diario (el continuo) y se pretendía hacer que el oferente entendiera el significado de la santidad de Dios, y lo que significaba el sacrificio divino. No había cantos en el santuario, ni otras formas de adoración con las que relacionamos las liturgias cristianas.

Los templos cristianos, son réplica, no de ese santuario, sino una mezcla de tradiciones de origen pagano (la madre de Constantino fue la primera en hacer construir templos) y costumbres con fundamento cristiano. Hasta el siglo VI los cristianos se reunieron en casas, en pequeños grupos para adorar. Así que David está hablando del significado del lugar, que evocaba al sacrificio de Dios. La santidad del lugar lo daba la presencia visible de Dios (shekina) y el cordero sacrificado.

¿Comprendes que la santidad de la religión la da el sacrificio de Jesús no el acto o la presencia humana?

 © Dr. Miguel Ángel Núñez, 2013 Del libro inédito Salmos de vida 

#MiguelÁngelNúñez
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