La bondad puesta en acción


“Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó” (Lucas 10:34)
Nació en un hogar de un negociante rico en Ginebra, Suiza, podría haberse quedado toda la vida en esa condición privilegiada, a no ser por una experiencia que lo marcó de por vida. Fue testigo de la batalla de Solferino, en Italia. Luego de esa experiencia dedicó su vida a la creación de un cuerpo de voluntarios para socorrer a los heridos de guerra, lo que se plasmaría en lo que se conoce como la Cruz Roja Internacional.

Seguramente muchos otros vieron heridos de guerra y, al igual que los personajes de la parábola del buen samaritano, pasaron de largo. No se detuvieron para atender y prestar ayuda a quien tanto lo necesitaba.

Dunant llegó a Solferino en la tarde del 24 de junio de 1859, con el fin de lograr una entrevista de negocios con Napoleón III. Sin embargo, ese día tuvo lugar una batalla entre los ejércitos austriaco y franco-piamontés que combatían en la guerra italiana. 38.000 heridos, agonizantes o muertos quedaron en el campo de batalla, y se hicieron muy pocos intentos para ayudarlos.

Dunant, un hombre de acción, tomó la iniciativa de organizar a la población civil, especialmente las mujeres, para proporcionar asistencia a los soldados heridos, mutilados y enfermos. Dunant organizó la compra de lo que se necesitaba y ayudó a levantar hospitales de campaña. Convenció a la población para que atendiese a los heridos sin fijarse en qué bando del conflicto estaban con el lema Tutti fratelli (Todos somos hermanos). Ese día cambió el rumbo de su vida. Regresó a Ginebra y escribió el libro “Recuerdos de Solferino”, donde no sólo contaba lo que había ocurrido, sino que presentó la idea de un cuerpo voluntario de ayuda.

En 1901, luego de años de olvido, y de vivir practicamente en la miseria por dedicarse a sus esfuerzos, recibió el Premio Nóbel de la Paz. Dunant abogó por la neutralidad de la Cruz Roja y de ayudar a quien sea, sin considerar raza, religión ni nacionalidad. Un principio que deberían vivir los cristianos en cualquier lugar. Cristo no discriminó a nadie, y de ese mismo modo deberíamos vivir los cristianos, integrando y no excluyendo. Ayudando y no haciendo diferencias con nadie.

Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez, 2013 Del libro inedito: Héroes de verdad 

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