La tarea del Señor


“Ahora, Señor, haz volver a nuestros cautivos como haces volver los arroyos del desierto” (Salmo 126:4)

El día de ayer, utilizando el mismo versículo de hoy, reflexionábamos sobre la alegría de los cautivos que llegan de vuelta a la tierra prometida. Del gozo de los que vuelven. Sin embargo, es preciso tomar otro aspecto del mismo contexto. El que hace volver a los cautivos es Dios. Los esclavos no vuelven solos. Son librados y conducidos por el mismo Señor del universo.

La religión tóxica comete el desatino de poner el peso del esfuerzo no en Dios sino en el ser humano. El mensaje es que “Dios justifica al justo”, diciendo que “sólo cuando una persona es justa, es justificada”. Expresiones repetidas hasta la saciedad por algunos predicadores, pero el que una idea se repita un millón de veces eso no la hace verdad.

Una religión contaminada de orgullo, no puede creer en la gracia, no es capaz de aceptar la gratuidad del regalo divino que concede el privilegio de la libertad a quienes han estado cautivos en medio del dolor y de la desgracia. Los vendedores de ilusiones engañosas hacen creer que para merecer ese regalo, es preciso, hacer algo. La obediencia entonces se convierte en medio y fin. Medio, porque es la forma de conseguir ser perdonado y fin, porque es el mecanismo que me garantiza la salvación. En ambos casos es un engaño, sutil, pero engaño sin duda. Si mi obediencia sirve para algo, ¿para qué vino Cristo? ¿Para qué murió en mi reemplazo? ¿Para que intercede por mi por medio de su sangre?

Toda religión tóxica opaca el trabajo de Dios y concede al ser humano una importancia que no tiene, pone como centro la obediencia y saca del horizonte la gracia, la magnífica gratuidad que hace de la salvación un regalo espléndido e inmerecido para todo aquel que lo quiera recibir.

El texto nos recuerda que es Dios, el Señor, el dueño del universo el que hace regresar a los cautivos a la tierra prometida, así como hace correr el agua de los manantiales para alimentar los oasis. Dios es quien puede, nosotros no, simplemente, como humanos gozamos de su bondad y de algo que nunca podremos compensar ni pagar.
Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez, 2014 Del libro inédito: SALMOS DE VIDA 

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