Un acto de justicia


“Soberano Señor, relataré tus obras poderosas, y haré memoria de tu justicia, de tu justicia solamente” (Salmo 71:16)

Muchos errores que cometemos cuando analizamos a Dios ocurren porque ponemos los actos de la divinidad en los mismos términos en los que los humanos vivimos y medimos nuestras conductas. Comparar la justicia divina con la justicia humana supone un ejercicio distorcionador, porque termina antromorficando la acción divina, en otras palabras, culmina poniendo a Dios al mismo nivel de los humanos, con todas las limitaciones que eso supone.

John Rawls, uno de los más destacados filósofos políticos contemporáneos, en su obra Teoría de la justicia “considera que los principios de justicia que son objeto de un acuerdo entre personas racionales, libres e iguales en una situación contractual justa, pueden contar con una validez universal e incondicional. Él mismo denominó a su teoría justicia como: imparcialidad, apoyado en la idea de que solamente a partir de condiciones imparciales se pueden obtener resultados imparciales. La imparcialidad de la situación contractual a la cual él llama posición original se garantiza por un velo de ignorancia que impide a los participantes del acuerdo observar y tener todos los conocimientos particulares, entre ellos los relacionados con su propia identidad y con la sociedad a la cual pertenecen” (Caballero, 2006:2).

El gran problema es si se puede esperar “imparcialidad” absoluta en la justicia humana y la respuesta es no, por eso Rawls deja un ámbito enigmático señalado por lo que él llama “un velo de ignorancia”.

La justicia humana es esencialmente retributiva, es decir, paga a cada cual lo que le corresponde y es además, punitiva, en otras palabras se concentra en el castigo a la falta.

La justicia divina es fundamentalmente redentora, no le da a cada uno lo que merece, porque de esa forma todos recibiríamos la muerte; y es además, eminentemente salvífica, es decir, se concentra en la gracia que otorga al que ha faltado y no en lo que el pecador puede o debe hacer para “merecer” justicia, porque en el universo de Dios nadie merece. Comparar la justicia humana con la divina es, por lo tanto, un craso error.

Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez, 2014 Del libro inédito: SALMOS DE VIDA 

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