Juzgar es equivocarse



“El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7)

Albert Einstein (1879-1955)

Albert Einstein es conocido por casi todo el mundo como uno de los más grandes genios del siglo XX. Un hombre admirado y símbolo de ciencia, sabiduría y humanidad. Sin embargo, eso es lo que se piensa ahora. En su momento, el asunto no fue tan sencillo. Albert era distraído en extremo, a menudo andaba, como se dice vulgarmente, “en las nubes”. Fue un físico y matemático de origen alemán, nacionalizado suizo y más tarde estadounidense. Nunca le interesó en demasía lo que sabía ni los títulos que logró en su vida, era una persona simple que a menudo se ocupaba de asuntos que se supone no son para un hombre de ciencia.

Estudió en Munich, y aunque en su familia lo animaban a estudiar ciencias y matemáticas, sus resultados académicos en primaria y secundaria, fueron mediocres, al grado de que los padres recibieron la recomendación de que deberían alentar a Albert a adquirir un oficio y no estudiar en una universidad porque “no era apto para aprender”.

Albert Einstein
Finalmente, y luego de muchos esfuerzos, en 1900 logró titularse de profesor de secundaria en física y matemáticas, en la Universidad Politécnica Federal, de Zurich. Consiguió trabajo como profesor, pero fue despedido de tres colegios porque sus métodos de enseñanza se consideraban demasiado heterodóxos para la época. Por eso en 1902 obtuvo un puesto en la oficina de patentes de Berna, trabajo en el que estuvo por dos años. En 1905 obtuvo un doctorado en la Universidad de Zurich. En 1921, gracias a sus estudios del efecto fotoeléctrico, recibió el Premio Nóbel de Física.

Lo que pocos saben es que Albert padecía de dislexia y tenía problemas de aprendizaje por la misma razón. ¿Dónde se habrán metido los profesores que dieron informes tan malos acerca de ese alumno?

Siempre es delicado emitir juicios sobre las personas, especialmente si son jóvenes. Todos los seres humanos somos historias en proceso no terminado. Pretender que alguien es así definitivamente, es un craso error.

Dios lo sabe. Por esa misma razón, la divinidad no nos evalúa como lo hacen los seres humanos. Nos ve no como somos sino como podemos llegar a ser. Eso es lo maravilloso de Dios. No nos juzga, nos alienta. Dios no nos condena, busca siempre que demos lo mejor de nosotros y cuando nos equivocamos nos ayuda a levantarnos. ¿No es maravilloso un Dios así?

Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez, 2013 Del libro inedito: Héroes de verdad

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