Comunión de hermanos


“Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos” (1 Juan 3:14)

Soy el mayor de una familia de cinco hermanos. El que sigue de mi, Rubén, es pastor de una iglesia Bautista; luego viene Juan Carlos que se dedica a la artesanía, al tatuaje y a los piercing, como comerciante y rockero; luego, venía Joel, un deportista de elite que murió a temprana edad y que pertenecía a la iglesia Asamblea de Dios; finalmente, mi hermana que es miembro de la iglesia Bautista, pero de una corriente diferente a la de mi hermano, y que es comerciante, dueña de una librería cristiana. Todos ellos, son mis hermanos. Con ideas y formas de vida diferentes, pero hermanos al fin.

Nos tratamos con respeto. Más de alguna vez hemos peleado por cuestiones familiares, pero seguimos siendo hermanos y nada ni nadie va a cambiar eso. El amor que sentimos unos por otros supera cualquier diferencia que podamos tener. Somos familia y eso es un lazo más fuerte que cualquier idea distinta que tengamos.

Temprano en el cristianismo los miembros de la llamada Iglesia Primitiva (que de primitiva tenía muy poco), comenzaron a llamarse “hermanos”. No eran camaradas, ni compañeros, ni compadres, ni socios, se sentían parte de una misma familia y actuaban como tal. Cada uno velando por su hermano y sintiendo que cada hermano y hermana era una parte esencial de su vida.

Cuando el sentido de hermandad no está presente en una congregación, no importa cuán verdadera sea su doctrina, no sirve de nada. La teoría no reemplaza a la práctica de la comunión entre hermanos. Si estamos allí para ayudarnos y compartir juntos en las buenas y en las malas, ese es un testimonio que nadie puede negar.

“Tenemos que vivir juntos como hermanos o perecer juntos como necios” (Martin Luther King)


Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez, 2014. Del libro inédito: Reflexiones al amanecer

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