Fe que salva


“—Tu fe te ha salvado —le dijo Jesús a la mujer—; vete en paz” (Lucas 7:50)

A menudo estas palabras de Jesús dichas a la mujer que padecía de “flujo de sangre” o dicho en términos actuales, una menstruación que no paraba, han sido explicadas en el contexto de la “fe de la mujer” que se atrevió a tocar el manto de Cristo.

Sin embargo, hay otra lectura posible. Ella fue salvada y sanada, porque se atrevió a creer que Jesús no la discriminaría por ser mujer, que la entendería, que sabría de su dolor y del desprecio que experimentaba como mujer que padecía de una condición, que en su tiempo, se consideraba un castigo de Dios. No se equivocó. Cuando Jesús la puso en evidencia pública, lo que hizo fue restaurarla. Decirle a todos que ser mujer no es pecado. Que es preciso entender que para Dios no hay hijos de primera y segunda categoría.

¡Qué difícil dicho pensamiento para mentes recalcitrantes que ponen barreras a la condición de mujer! Ser varón no da mérito, porque nadie elige ser de un determinado sexo y, aunque cueste aceptarlo, tampoco Dios decide qué sexo tenemos. Es resultado de un proceso genético donde se conjugan múltiples factores, por esa razón, suponer que se es varón o mujer por designio divino y que aquello provee algún tipo de mérito, supone un error garrafal.

La mujer fue salvada en su condición de mujer. Entendió el valor que tenía como mujer. Lástima que muchas mujeres cristianas no lo entiendan porque han sido criadas en un contexto donde se les ha enseñado a aceptar la idea que nacieron para someterse a los varones y estar a la sombra del mundo masculino. En ese caso, su fe no las salva, las condena.

“Llamar a las mujeres el sexo débil es una calumnia; es la injusticia del hombre hacia la mujer” (Gandhi).

Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez, 2014. Del libro inédito: Reflexiones al amanecer

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