Vivir sin venganza


“No seas vengativo con tu prójimo, ni le guardes rencor. Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Levíticos 19:18)

Muchos creen, erróneamente, que las palabras finales de este versículo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, fueron pronunciadas por primera vez por Jesús, pero no, fueron dichas por Moisés y en un momento donde estaba vigente en toda su magnitud la ley del Talión, de hecho, ese es el contexto. Dicha ley estaba basada en la venganza, en provocar un dolor similar al que se había efectuado, de allí el clásico: “Ojo por ojo y diente por diente”.

En un contexto de venganza todos pierden. Si aplicamos la ley del Talión, al menos, se pierden ojos y dientes, y por esa vía el dolor nunca se acaba, va creciendo en espiral alimentando el resquemor y el odio.

Amar al prójimo no implica en absoluto un vínculo de relación de amistad o convivencia sino, no actuar de la misma manera, lo que comprendió muy bien Pablo cuando dijo: “No paguen a nadie mal por mal” (Romanos 12:17). El consejo es sabio, por la senda de la venganza el mal se acrecienta y no disminuye.

Amar significa no pagar con la misma moneda y parar la espiral de violencia que se forma cuando alguien decide vengarse. Violencia que genera conflictos tanto en el individuo que se venga como en quienes reciben dicha acción.

La venganza es como una pústula maloliente que se va ulcerando y gangrenando y no sana. Para que exista sanidad hay que ser capaz de avanzar y no se avanza con el rencor, al contrario. Amar, es decir, no vengarse, es la única vía saludable para superar el daño que otra persona nos ha hecho. Es de algún modo, la forma más sabia de actuar, para evitar más dolor y sufrimiento. Dios es sabio con su consejo.

“Una persona que quiere venganza guarda sus heridas abiertas” (Francis Bacon)

Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez, 2014. Del libro inédito: Reflexiones al amanecer

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