Una y otra vez


“Por lo tanto, cada uno de nosotros tiene que dar cuenta a Dios de sí mismo. Así que no nos juzguemos ya más unos a otros; al contrario, procurad no poner obstáculo o escándalo al hermano” (Romanos 14:12-13)

Una de las mayores conquistas del derecho internacional, consagrada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es la libertad de conciencia. La facultad, dada por Dios, de creer sin cohersión ni persecusión de ningún tipo. Creer libremente y ser tolerado, no importa cuál sea la creencia que se tenga.

No obstante, y aún cuando Jesús de manera explícita señala que no se debe juzgar y Pablo lo repite en varias ocasiones, muchos cristianos han hecho del juicio a otros, su acción predilecta, sin darse cuenta que eso ocasiona un tremendo daño para el cumplimiento de la misión.

Pablo señala en los versículos claves de hoy que cada uno dará cuenta a Dios por sí mismo, por lo tanto, el juzgar a otros, no sólo es una tarea inútil y peligrosa, sino que además, provoca escándalo y sirve de obstáculo a la vida de otros.

Hace poco escuché a un predicador popular, dar algunas declaraciones por qué los jóvenes abandonaban la fe y su énfasis estaba en la teoría y la doctrina. Trabajo con jóvenes, de hecho, he realizado la mayor parte de mi ministerio con jóvenes, y creo que la opinión de que si se tiene una doctrina más sólida y los jóvenes aprenden más, eso los mantendrá en la fe, es absurda. Las personas jóvenes abandonan la fe desilusionados porque lo que ven en los adultos es una discrepancia entre el mensaje hablado y el vivido. Porque ven a adultos que dicen amar a Dios y al prójimo, pero se comportan como verdaderos lobos con quienes tienen opiniones diferentes, y eso, desanima a cualquiera.

“Hay gente dispuesta a defender la libertad hasta que no quede de ella el menor vestigio” (Heinar Kipphardt)

Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez, 2014. Del libro inédito: Reflexiones al amanecer

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