Dichosa


“¡Dichosa la mujer que te dio a luz y te amamantó!” (Lucas 11:27 NVI)

Nada dice el texto bíblico sobre la mujer que gritó estas palabras a Jesús, mientras era conducido hacia el Gólgota. En dichas palabras están expresadas los sentimientos más profundos de miles de mujeres que veían en Cristo a la persona que cumplía sus más altas expectativas.

Las mujeres de ese tiempo estaban resignadas a líderes religiosos que las maltrataban y las hacían sentir como seres humanos de segunda categoría. La presencia de Jesús cambió eso, por esa razón, la mayoría de quienes seguían a Cristo eran mujeres.

Al usar las expresiones que le dice a Cristo, esta mujer se goza de la persona que pudo tener a un hijo como aquel que las trataba de la manera en que lo hizo. El sólo hecho de que se atreviera a decirle así a Jesucristo, marcaba una diferencia. Si se atrevió a hablar era porque entendía quién era Cristo y lo que significaba para ella y todas las mujeres. Ninguna mujer en tiempos de Jesús osaría a decirle algo semejante a un rabino, pero a Cristo, si.

Es evidente en el relato bíblico que Jesús “no se relacionó con las mujeres de acuerdo con las normas del sistema patriarcal propio de su tiempo, ni participó de un sistema que era, por definición, represivo para la mujer” (Muñiz 2011: 187). Es tan obvio, que negarlo es simplemente un acto de tosudez.

Jesús revolucionó con su manera de actuar la forma de tratar a la mujer. Como dijera John Stott, el teólogo inglés, “sin ninguna ostentación ni publicidad Jesús acabó con la maldición de la caída, reinvistió a la mujer con su nobleza parcialmente perdida, y reclamó para la comunidad de su nuevo reino las bendiciones de la creación original de la igualdad de los sexos” (Stott, 1984: 136).

Las mujeres, oprimidas, humilladas y reprimidas por su sociedad fueron las primeras en entenderlo. Sorprende que aún después de 2000 años, hay seres humanos que se llaman cristianos y aún no logran entender este acto revolucionario de Jesús.

La mujer anónima que gritó a Cristo mientras caminaba, seguramente nunca olvidaría al Maestro, alguien que vino y sin aspavientos les convenció que ellas eran hijas de Dios y con la misma dignidad de los varones.

Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez, 2014. Del libro inédito: Cada vida un universo
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