Los enviados


“Cuando se acercaron a Jesús, ellos le dijeron: —Juan el Bautista nos ha enviado a preguntarte: ‘¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?’” (Lucas 7:20)

Cuando los reflectores se apagan y se va la multitud, siempre quedan los que realmente son seguidores y no los que viene por “panes y peces” o por emociones pasajeras. Así pasó con esos discípulos de Juan el Bautista que se quedaron cuando las demás personas huyeron.

Juan había producido un gran impacto en la multitud pero no lo suficiente como para que la gente se quedara a luchar por librarlo de un rey cruel, asesino y megalómano. Esa ha sido la constante en la historia, se puede estar plenamente convencido de algo, pero la mayoría termina cediendo ante el poder, y más si éste es corrupto. Las amenazas reales o ficticias siempre tienen más poder de persuasión que la fuerza de las convicciones, por eso impresiona la entereza de esos anónimos discípulos de Juan el Bautista que no sólo no huyeron, sino que además, lo visitaban en la cárcel exponiendose a una suerte similar.

El momento de mayor debilidad de Juan el Bautista, se produjo, precisamente cuando fue encarcelado por haber encarado al rey con sus conductas erráticas y perversas. Envía a sus discípulos a hacerle una pregunta absurda a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?” Es comprensible el estado de ánimo de Juan, cualquiera hubiese flaqueado en ese instante.

Sus discípulos fueron invitados a contemplar la obra de Jesús. Luego Cristo los envió de vuelta con el mensaje: “—Vayan y cuéntenle a Juan lo que han visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen lepra son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas nuevas” (Lucas 7: 22).

Con estas palabras Cristo muestra uno de los rasgos más importantes de su ministerio que no se centraba en doctrina, teología o divagaciones filosóficas, sino en hechos y acciones concretas, algo que falta a muchos de sus seguidores actuales que viven ocupados del “milenio” y de la “marca de la bestia”, sin darse por enterados que a su lado miles perecen por falta de caridad y viven aplastados por la falta de esperanza y sentido para sus vidas. Una religión sana es en primer lugar acción y luego, elucubración teórica.

Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez, 2014. Del libro inédito: Cada vida un universo
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