Ni siquiera en Israel


“Como oyó hablar de Jesús, el centurión mandó a unos dirigentes de los judíos a pedirle que fuera a sanar a su siervo” (Lucas 7:3)

La Biblia no da más detalles, lo llama simplemente “el centurión”. Los centuriones eran oficiales romanos tácticos y administrativos. Comandaban una centuria que estaba formada por 80 hombres, no cien, como dicen algunos que no han estudiado el derecho romano. Era el rango inmediatamente inferior al tribuno.

Era un hombre acostumbrado a mandar, por eso “manda” a los dirigentes judíos a que le soliciten a Jesús que sane a su siervo y luego, manda a sus siervos a que no llegue a su casa, porque se siente indigno de recibir a Cristo. Sólo le pide que de la orden, entiende, que es lo único que se necesita, una orden de parte de Jesucristo para que el siervo se sane.

Lo interesante es que los dirigentes religiosos de esa ciudad se acercaron a Jesús esgrimiendo argumentos políticos. No buscaban la voluntad de Dios sino que se hiciera justicia a un hombre que les había construido una sinagoga, como si eso bastara para obtener el favor de Dios, argumento que sigue siendo utilizado por muchos que consideran que el favor de Dios se gana por actos que implica que de cierta manera existe una especie de “obligación” de Dios de otorgar un don a quien ha hecho “tanto bien”. Puede parecer persuasivo, pero como todo argumento falaz, es sólo eso, una falacia.

La acción de Dios no depende de la acción humana, si así fuera, Dios estaría condicionado por el agente humano y de muchas maneras estaría limitado.

Por esa razón Jesús no hace caso a los dirigentes, que probablemente, no tienen conciencia de su pedido absurdo. De lo único que se impresiona es de la fe de aquel hombre, que no siendo judío, demuestra más confianza en Jesús que la que tienen los judíos con todo su conocimiento.

La gracia no se compra. La intervención de Dios no se gana. Dios actúa de manera soberana, eligiendo cuándo y cómo interviene en la vida de las personas. Jesús decidió que sanar al siervo del centurión sería un buen mensaje para él, sus conocidos y también para los dirigentes. Así es siempre. La soberanía es de Dios, no nuestra. Afligirse por qué Dios no actúa conforme a nuestras expectativas, es no entender cómo funciona la mente divina.

Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez, 2014. Del libro inédito: Cada vida un universo
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