“Escuchen, mujeres, la palabra del Señor; reciban sus oídos la palabra de su boca. Enseñen a sus hijas a entonar endechas; que unas a otras se enseñen este lamento” (Jeremías 9:20)
En el mundo antiguo existían algunos oficios considerados necesarios, aunque estaban en la escala social inferior. Se consideraba indigno llorar en público, y más, en momentos de funerales, porque si se lo hacía, de alguna forma se estaba expresando estar “disconforme” con la voluntad de Dios. Una idea macabra, que atribuía la muerte a Dios, tal como en algunas religiones tóxicas de hoy.
Para salir del percanse y poder expresar dolor sin tener que “enojar” a la divinidad, se contrataba a “lloronas” profesionales, llamadas “plañideras”, porque cuando lloraban hacían sonar unos pequeños platillos.
Las lloronas eran mujeres pobres, generalmente, míseras, que vivían de la mendicidad y de lo que les daban en los sepelios, pero, a la vez, eran despreciadas, porque se consideraba que su labor era indigna. Así que eran una especie de “mal necesario”, escucharlas les servía a la gente para poder sublimar de algún modo su dolor, sin transgredir las absurdas leyes ceremoniales de la muerte.
La historia muestra que el pueblo elegido vivía su peor momento moral. La descripción que se hace en Jeremías 9:4-6 es patética. Engaño, mentira, traición y mal actuar, era la tónica. No habían personas confiables, individuos que pudieran hacer la diferencia. En ese momento Dios llama a las plañideras de Jerusalén y les da a conocer un mensaje crucial con la misión de que lo comuniquen a otros, comenzando por sus familias.
Dios obra de maneras extrañas. Llama, en este caso, a las despreciadas entre las despreciadas, las más pobres entre las pobres, las mujeres que se dedicaban a llorar en los funerales de otros. Las que difícilmente alguien querría tener como amigas o compañeras a la hora de la merienda vespertina.
¿Por qué hace Dios eso? Como es común al accionar divino, por un doble propósito, para dignificar a esas mujeres y para comunicar el mensaje a partir de los despreciados, como a menudo ha hecho a través de la historia. En ese orden. Comunicar a partir de los desplazados, mensaje que aún no entienden los que creen al revés, que Dios comunica a partir de jerarquías, craso error que ha traído dolor y no sabiduría.
Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez, 2014. Del libro inédito: Cada vida un universo
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