"Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me acogerá” (Salmo 27:10)
Me entristece ver a cristianos que han olvidado el rumbo. Religiosos que idolatran sus creencias sin percibir al Dios de amor que hay detrás de lo que creen. Individuos que no escatiman esfuerzos para denostar, humillar, maltratar y ensañarse con otros que no creen lo que ellos creen, y a eso, le llaman fidelidad, cuando no es más que una forma burda de crueldad y saña que nada tiene que ver con Dios.
Tuve una charla con un joven hace un tiempo. En algún momento le pregunté: ¿Por qué no vas a la iglesia? Mi miró con una cara de tristeza enorme y me contestó:
-¿Para qué? ¿Para que me juzguen? ¿Para que me condenen? ¿Para que me excluyan? ¿Para que me digan que los homosexuales no entraremos al cielo? ¿Para eso?
Me quedé mudo. No supe qué decir, porque tenía razón. Se me llenaron los ojos de lágrimas y le dije, con voz entrecortada:
-Acude a Dios, él no te va a juzgar, el puede ayudarte si lo dejas. -El joven se puso a llorar. Le tomé su mano y lloré junto a él.
He tenido esa misma conversación con muchos jóvenes, que están perdidos en las drogas, en bandas, en vidas disipadas, en vanidades superfluas, en vidas promiscuas, todos anhelando lo mismo, sentir un poco del amor y del perdón de Dios.
El salmista entendió lo que algunos religiosos de hoy no entienden: Dios nos ama incondicionalmente. Dios nunca nos abandona. Dios no nos deja tirados a la orilla del camino como si fuéramos desechos. Dios nunca nos trata como basuras. Dios siempre espera, que abramos nuestros corazones a su amor, para sanar nuestras heridas y llenarnos de esperanza, de sanidad y de luz.
La pregunta que me hizo ese joven, me la he planteado muchas veces. ¿Para qué? ¿Para escuchar sermones llenos de culpa y acusaciones? ¿Para que me hagan sentir más mal de lo que ya me siento?
¿Qué haría Jesús? Seguramente se acercaría, me daría un abrazo y me recordaría que Dios me ama, aunque todos me abandonen.
Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez, 2014 Del libro inédito: SALMOS DE VIDA
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