“He sido olvidado como un muerto, soy como un cacharro roto” (Salmo 31:12)
Conozco a alguien que quiere morirse. Cada día que despierta, en vez de alegrarse, como le sucede a la mayoría de la gente, él lo lamenta, y cae en el sopor angustiante de alguien que perdió los deseos de vivir. ¿Qué haces con alguien así? No basta hablarle, de hecho, le hablan mucho. No basta con que creas que debe creer, es un fiel creyente, va todos los días a su iglesia. Pero de todos modos, no desea vivir.
Los que no están deprimidos juzgan a los depresivos y suelen alejarse de ellos como si tuvieran alguna enfermedad contagiosa. El hecho es que nadie en su sano juicio elige deprimirse. Lamentablemente, en una sociedad que hace culto a la alegría hueca y a la existencia vacía de sentido, no le hace gracia alguien que va por la vida, anhelando no estar vivo.
En todo el tiempo que he sido pastor he experimentado la muerte muchas veces. No sólo cuando he atendido a alguien que ha perdido algún ser amado, sino en los cientos de rostros que viven la existencia como una larga y extensa romería hacia el cementerio. La vida no es agradable para algunos, y el saberlo, el no juzgarlos, es parte de la posible sanidad, para aquellos que con angustia quisieran tener motivos para vivir.
Los religiosos de siempre, que están tan llenos de doctrinas y privados de empatía amorosa, lo primero que hacen es saltarles encima a los depresivos como leones que para matar a su víctima saltan directamente a la yugular para quitarles la sangre. Los religiosos con tendencias leoninas o vampirezcas, saltan con textos de la Biblia y discursos aprendidos llenos de juicio y condena, pero faltos de amor, de cariño y de comprensión. La depresión no se cura con juicio, sino con bondad. Con escucha activa. Con amor-acción. Con menos palabras y más abrazos.
Si dejáramos de juzgar a nuestro prójimo y nos acercáramos a sus dolores, con el corazón a tajo abierto, dispuestos a escuchar de verdad, tal vez podríamos convertirnos en el puente que los depresivos necesitan para pasar de muerte a vida.
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