Con mi propio canto


“Jehová es mi fortaleza y mi escudo; en él confió mi corazón y fui ayudado, por lo que se gozó mi corazón. Con mi cántico lo alabaré” (Salmo 28:7)

La sacralización de los cantos religiosos ha traído buenas y malas noticias. La buena es que muchos de dichos cánticos han servido para alegrar el corazón de muchos cristianos y para alabar a Dios de una manera inteligente, sabiendo con exactitud lo que están diciendo. La mala noticia, es que muchos, de una manera poco lógica han discriminado los “cánticos nuevos” de las generaciones posteriores.

El que algunos cánticos tengan es estatus de “aceptables” o “santos”, hace que muchos en sus mentes tiendan a minimizar e incluso despreciar la creatividad de generaciones posteriores. Como si los cánticos de los salmistas contemporáneos fueran menos “santos” que los que se han creado en generaciones antiguas, lo que no sólo es absurdo, sino que además va creando una especie de “canon” de música sacra, como si después de haber elegido dichos cánticos e himnos, no hay lugar para otros nuevos.

Sin embargo, no se puede poner cortapizas ni a la alabanza, ni a la creatividad. El salmista habla de que va a alabar a Dios con su propio canto, lo que siempre debería ser. Cada individuo debería sentirse libre de alabar a Dios con la música y los cánticos que más lo identifiquen o que lo “eleven” más al trono de gracia. Seguramente, algún legalista dirá que hay que adorar “con la música que le agrada a Dios”, pero ¿qué es lo que le agrada a Dios? Nadie ha descubierto una partitura con la música de Dios. Así que la frase es absurda y carente de lógica, no hay ningún referente para poder decir qué es lo que le agrada a Dios.

¿Qué es lo que le agrada a Dios? Pues algo muy simple y a la vez complejo, lo que a Dios le gusta es que el individuo reconozca el poder y la gracia de Dios. Lo que sirve para que la alabanza tenga sentido, es que esté en el contexto del reconocimiento humano frente a lo que Dios ha hecho.

No tengo derecho a imponer a otro mi “gusto personal” y esperar que dicho “gusto” sea sacralizado. Lo que Dios espera es la honestidad y espontaneidad de mi adoración, que es a fin de cuentas, un reconocimiento explícito del poder y del amor de Dios.

Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez, 2014 Del libro inédito: SALMOS DE VIDA 

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