Todos mis deseos


“Señor, delante de ti están todos mis deseos y mi suspiro no te es oculto” (Salmo 38:9)

Lo extraordinario no es que Dios sepa todos nuestros deseos y que esté atento a cada suspiro que exhalamos en medio de las expectativas que nos formamos, lo maravilloso es que Dios no está pronto a juzgarnos ni condenarnos, su saber no es de condena, sino de comprensión. Esa es la gran diferencia con muchos de los humanos que se llaman sus hijos, que lo primero que tienen a flor de labios es la condena por los deseos reales o supuestos de su prójimo. Qué maravilloso que el Dios que adoramos no sea así.

Desear es un acto absolutamente humano. Deseamos no sólo un mejor pasar, también queremos que algunas necesidades no satisfechas sean suplidas en algún momento. Anhelamos tantas cosas, que si hicieramos una lista, estaríamos largo rato escribiendo. No hay nada de malo en querer algo que no tenemos, simplemente, es parte de nuestra realidad, suspirar por lo que aún no logramos. No hay misterio allí, ni siquiera, si alguien nos condena por desear.

Muchos de nuestros deseos están reprimidos. Tenemos miedo a la mirada ajena, así que optamos por callar, por vivirlos en el rincón más íntimo de nuestra mente, apenas enunciándolo, un poco por pudor, sin embargo, también porque hay censores de los gustos y deseos ajenos, personas que se especializan en juzgar lo que otros quieren.

Jesús nunca juzgó a nadie, ni siquiera cuando pudo hacerlo. Todos los que interactuaron con él vinieron llenos de anhelos no cumplidos, incluso hasta su más férreos opositores, que hacían esfuerzos por ocultar sus miedos y debilidades, porque así es visto el anhelo por algunos, como un rasgo de vulnerabilidad.

La especialidad de Dios es acoger al necesitado. Nuestro Dios nos abraza con todas nuestras contradicciones y con deseos paradojales, e incluso inmorales. Dios lo único que anhela es recibirnos. Diría que Dios es el especialista en debilidades, y busca la forma de decirnos que no importa cómo nos sintamos, cuando vayamos a su presencia él nos hará sentir victoriosos, y poco a poco veremos que nuestros anhelos comenzarán a tomar forma, sin un dejo desgarrador, sino con esperanza y la certeza de que en Dios no hay anhelo que no se cumpla.

Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez, 2014 Del libro inédito: SALMOS DE VIDA 

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