“–Quiero. ¡Queda limpio!” (Mateo 8:3)
En tiempos de Cristo la peor condición física que se podía tener era ser leproso. Las personas se ensañaban con los enfermos, los trataban peor que perros. Para ellos era un recordativo cruel de adónde podían llegar si se enfermaban. Lo peor es que la enfermedad era considerada “castigo de Dios”, y por lo tanto, según su mente equivocada, no había mucho que hacer, porque Dios había querido que se enfermaran.
La maravilla del mensaje bíblico es que Jesús tira por tierra esas formas burdas de mirar la existencia y a Dios mismo. Jesús vino a mostrar al verdadero Dios, y lo hizo no con teorías, sino con su propia vida.
Nadie lo obligaba a tocar al leproso. Podría haber realizado el milagro tal como lo hizo muchas veces, pero, decidió hacer algo más, para mostrarle a toda esa gente sumida en la ignorancia y el dogmatismo, que el dios que ellos adoraban no tenía nada que ver con el Padre celestial que Jesús conocía.
Así sigue siendo hoy. Muchas personas están intoxicadas con ideas de un Dios implacable, justiciero y que no admite excepciones de ningún tipo. Sin embargo, Jesús se muestra cercano, amable, empático con el sufrimiento ajeno y con su forma de ser se opone a todas esas leyes que se habían creado para castigar, pero no para redimir.
Jesús, nuestro redentor, vino a darnos esperanza. Al sanar a ese enfermo, Cristo sembró en las mentes de esas personas una nueva forma de mirar a Dios. Cualquiera podía enfermarse de alguna dolencia a la piel y ser expulsado, pero Jesucristo les mostró que Dios no los abandonaría y siempre los recibiría. ¡Qué mensaje portentoso!
“Mediante la lectura nos hacemos contemporáneos de todos los hombres y ciudadanos de todos los países” (Antoine Houdar de la Motte)
Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito: Reflexiones al amanecer
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