Cambio y estrategias


“Aunque cambien de lugar las montañas y se tambaleen las colinas, no cambiará mi fiel amor por ti ni vacilará mi pacto de paz, dice el Señor, que de ti se compadece” (Isaías 54:10)

Quien se niega al cambio está condenado al estancamiento, a la muerte o la desaparición. Es una ley de la naturaleza, lo que crece cambia, lo que deja de cambiar, no crece. No hay misterio en esto, así ha sido siempre y no dejará de ser. El problema es aplicarlo a la vida cotidiana y lo que realizamos a diario.

Los empresarios y los comerciantes hace mucho tiempo que lo saben. O se renuevan constantemente o están muertos. C. K. Prahalad, un especialista en administración señala un hecho necesario de aprender para quienes quieren tener éxito en emprendimientos, “las antiguas recetas ya no funcionan”, para que las empresas sean competitivas deben dejar atrás los enfoques tradicionales (2006:9).

Paradojalmente, a lo que más temen las personas es al cambio. Las congregaciones religiosas, formadas por personas, suelen ser los grupos humanos más reacios al cambio. Pretenden año a año seguir con las mismas estrategias y supone que “así lo ha querido Dios”. En realidad, lo que no entienden, que el único que no cambia es Dios y su inconmensurable amor. Todo lo demás cambia.

Si no se asume el cambio como parte normal y necesaria de la existencia, entonces, la vida se estanca, se cae en la rutina aplastante y no se crece.

La iglesia, no puede cumplir su cometido haciendo siempre lo mismo, y de la misma forma. Las personas cambian, los principios no. Por lo tanto, adaptar las estrategias a la gente, no es negar los principios, es entender al ser humano, nada más.

“¿Por qué se ha de temer a los cambios? Toda la vida es un cambio. ¿Por qué hemos de temerle?” (George Herbert)

Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito: Reflexiones al amanecer

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