“Creo; ayuda mi incredulidad” (Marcos 9:24)
Creer es una decisión íntima y personal. Sin embargo, negarse a creer también lo es. Tanto como el que cree como el que no lo hace merecen respeto de la misma forma. El gran problema es que unos y otros llegan a la intolerancia por su no aceptación de las diferencias individuales en el creer.
Es una utopía creer que la fe está exenta de duda, o que la incredulidad tiene certezas plenas. La vida humana más se parece a un puente colgante que a una roca asentada sobre una superficie que no cambia. A cada instante tenemos que preguntarnos: ¿Quiénes somos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Cómo vamos? Nadie puede hacer eso por nosotros, es nuestra tarea y de nadie más.
Para vivir se necesitan ciertas certezas, pero cada individuo ha de elegir cómo las construye. El filósofo cristiano Alfonso Ropero señala en su libro Filosofía y cristianismo, que muchos parecen creer en la dicotomía: “la fe acata, la razón discute; la fe confía, la razón duda”, sin atreverse a aceptar que “la fe también duda, discute, argumenta, queda desolada... Quisiera no hacerlo, sin embargo lo hace. Cree pero solicita ayuda contra su incredulidad” (1997:31). En el fondo, creer es luchar constantemente contra la duda y la incredulidad.
Cuando vivimos, vamos avanzando, y nos encontramos a cada instante con encrucijadas que ponen en entredicho lo que hasta ese momento creemos como certeza indudable. Vivir es estar preguntándose constantemente sobre la validez de lo que decidimos, si fuera de otra forma, le quitaría un poco de la sal y pimienta que tiene la existencia. Así que no hay que afligirse si de pronto nos quedamos sin respuestas, es la certeza que está buscando nuevos caminos.
“Así como nadie puede ser forzado a creer, entonces nadie puede ser forzado a la incredulidad” (Sigmund Freud)
Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito: Reflexiones al amanecer
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