“Jesús le contestó: –¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?” (Lucas 10:26)
Leer es un proceso, entender es otro, aplicar tiene que ver con buscar alguna analogía contemporánea que te permita comprender cómo puedes vivir ese consejo en tu vida. Finalmente, todo lo que leemos de la Escritura, es preciso que se traduzca en un “deber ser”, de otro modo, la lectura se convierte en una más de las tantas que tenemos día a día.
Es lo que hemos enseñado en las últimas semanas respecto a la Biblia, pero, es necesario agregar un paso más. La Biblia fue escrita en lenguaje. Aunque hay muchas lenguas presentes en la Biblia, las básicas son tres: hebreo, arameo y griego.
Lo que la mayoría de las personas que se acercan a la Biblia leen son traducciones, que suelen llamarse “versiones”, porque en realidad, cada traducción es una interpretación de quien traduce.
No existen lenguas perfectas, ni tampoco, traducciones sin error. Lo ideal es que cada lector de la Biblia pudiera leer desde los originales y entender la lengua en que se expresaron los autores bíblicos, pero eso es imposible.
Dios no está en juego como autor de la Escritura. Dios inspiró la mente de los escritores, que buscaron expresar las ideas que tenían que transmitir con las mejores palabras que encontraron dentro de las limitaciones de su lenguaje. Eso implica, que es un trabajo esencial para entender la Escritura el preguntarse: ¿Qué entendió el autor por cual o tal palabra? Luego de hacer ese ejercicio básico, recién estamos en condiciones de hacer todo el proceso hasta llegar al “deber ser”.
“El hombre interpreta el mundo al transformarlo en lenguaje” (Luis Alonso Schökel)
Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito: Reflexiones al amanecer
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