A la mujer dijo: —Multiplicaré en gran manera los dolores en tus embarazos, con dolor darás a luz los hijos, tu deseo será para tu marido y él se enseñoreará de ti” (Génesis 3:16)
En la mayor parte de los países occidentales la esclavitud se terminó, no obstante, en muchos lugares, las mujeres viven una esclavitud disimulada en matrimonios arreglados o en uniones donde son tratadas como si fueran objetos. Se convierten en empleadas domésticas, esclavas sexuales y madres a la fuerza. Eso, que no es más que la denigración de la mujer, es considerado “normal” por muchos cristianos que consideran que es el “derecho” que Dios les ha dado por prescripción.
No obstante, no importa cómo se presente. Cuando alguien es tratado de manera indigna, no importa qué argumento se de, eso va en contra de la voluntad de Dios que ha creado seres dignos.
No es digno tratar a una mujer como si fuera una niña permanente, sin derecho a opinar, tomar decisiones por sí misma y oponerse a relaciones de pareja denigrantes y que estén basados en la humillación y un trato inferior.
Es lamentable como muchos cristianos han vendido una idea “espiritualizada” de una mujer sometida al arbitreo de varones que consideran que Dios les ha dado el derecho de someter a una mujer. Dicho concepto, no sólo no es bíblico, va en contra de la voluntad divina.
Algunos varones, con aire “espiritualizante” sostienen que ese es el único modelo que valida la familia y la estabilidad hogareña. No lo dicen abiertamente, pero creen que la mujer lo único que puede hacer es convertirse en madre y en sierva de su marido.
En el plan de Dios no hay lugar para la esclavitud, aunque esta sea disimulada.
Dios creó a varones y a mujeres a su imagen. Fue el deseo expreso que el ser humano, hombres y mujeres, no estuvieran solos, sino que se convirtieran en compañeros uno del otro.
Cada vez que alguien propone que la mujer se someta, denigra la voluntad divina.
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
Del libro inédito: Ser mujer no es pecado

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