“A su mujer Adán le puso por nombre Eva, por cuanto ella fue la madre de todos los vivientes” (Génesis 3:20)
En Génesis 2, la Biblia dice que Dios envió al ser humano recién formado, que aún no se sabía hombre, porque aún no comprendía que era un ser diferente, a “nombrar” a los animales.
Existe en la mente de mucha gente la idea que este ser humano, solo, sin contraparte, puso el nombre a cada ser viviente que existía. Esa es una mala comprensión de la palabra “nombrar”. En esta sección en particular Moisés le da el sentido más pristino a la expresión “nombrar”, que no significa otra cosa que “descubrir qué de diferente o esencial hay en algo”.
El ser humano recién creado, miró, estudió detenidamente y se dio cuenta, que entre los animales no estaba su contraparte. Cuando entendió que todos los seres vivientes tenían una contraparte, entonces, Dios lo hizo dormir, como un símbolo de que en la creación de su compañera él no tenía ni arte ni parte.
Cuando despertó de su sueño inducido por Dios, el primer ser creado exclamó: “Esta si”, como una forma de expresar admiración porque ahora descubría a su pareja, su contraparte, su equilibrio, su complemento. Entonces, comprendió que estaba completo.
Hasta la creación de la mujer, Adán era hombre, pero aún no era completamente humano. Fue la creación de la mujer la que le dio sentido a su propia existencia.
Sin embargo, después del pecado, el acto de nombrar tiene otra connotación. No sabemos en qué momento ocurrió, pero no fue inmediatamente después de la caída.
Al ponerle un nombre a su compañera, señala una distancia sobre ella, y además, la priva de ser “Adán” (Génesis 5:2), como Dios los había nombrado inicialmente a ambos.
La circunscribe a un rol, quitándole la misma calidad de ser humano, cosa que Dios ya había anunciado que habría de ocurrir. Adán, al ponerle nombre, la menospreció.
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
Del libro inédito: Ser mujer no es pecado

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