“Sé tú mi roca protectora, ¡sé tú mi castillo de refugio y salvación!” (Salmo 31:2)
No sé si Martín Lutero estaba pensando en este versículo cuando escribió su famoso himno “Castillo fuerte”, pero la imagen que presenta el salmista es realmente hermosa, más aún considerando las circunstancias que le tocaba vivir y la importancia que tenía para ese tiempo un castillo, algo que en el mundo contemporáneo difícilmente comprendemos.
La mayoría de las ciudades antiguas eran construida en lugares altos. Muy difícilmente se encontraba un poblado en una estepa o en un lugar plano. La razón por la que recurrían a lugares altos, era muy simple, protección. Una forma común de atacar las ciudades era asediarlas. Eran rodeadas y se les quitaba el flujo de provisiones. Si había una buena roca o un buen castillo, entonces, era mucho más difícil para un ejército enemigo atacar una ciudad. Por lo tanto, una ciudad amurallada, o construida en un lugar estratégico o bien protegido era una bendición que era muy apreciada por la gente que se sentía segura en ese lugar.
El salmista compara a Dios con una roca. La imagen es poderosa. La arena y el polvo son volátiles. Se los lleva el viento. Todas las casas construidas sobre arena y tierra no apta, tarde o temprano sufren los embates de los movimientos telúricos o simplemente, no se mantienen. En cambio, las construcciones sobre roca se mantienen, son firmes, especialmente, si los cimientos están asentados dentro de la roca. El autor del Salmo está apelando a una imagen fácil de entender, si Dios es nuestra roca, no hay nada que temer.
Dios además es nuestro castillo, desde el cual podemos observar el asedio de los enemigos, pero no tenemos que temer, no hay miedo, porque estamos protegidos. Ahora, en ambos versos, Dios, la roca y el castillo, llega a ser nuestra protección, sólo y exclusivamente si lo pedimos. Dios no nos puede proteger o acompañar o ser nuestro salvador, a menos que voluntariamente le demos permiso para serlo. En su justicia Dios se ha autolimitado, dándonos la posibilidad de elegir, y sobre esa base se estructura todo el plan de Dios. El salmista lo invita, tal como deberíamos hacerlo nosotros.
Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito: SALMOS DE VIDA
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