La angustia del desamparo


“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, ¿por qué no vienes a salvarme?, ¿por qué no atiendes a mis lamentos?” (Salmo 22:1)

Nadie, absolutamente nadie, puede entender completamente el dolor y la angustia ajena, a lo menos, podemos tener una vislumbre o acercarnos a su tristeza, mediados, por nuestras propias pesadumbres, de allí que nunca deberíamos juzgar las palabras que surgen de los labios de quien sufre.

Vivo sorprendido por la falta de empatía de muchos que se denominan cristianos, que juzgan con una rudeza enorme las expresiones que algunas personas usan cuando sufren. ¿Quiénes somos nosotros para hacerlo? ¿Hay alguna sección de la Biblia que muestre que Dios se molesta con quienes, incluso blasfeman, en medio del dolor?

Si midiéramos a Cristo con la misma vara con la que medimos las palabras ajenas, tendríamos que acusar a Jesús por falta de fe, porque en el Calvario utiliza las mismas palabras del Salmo 22.

Lamentablemente la empatía no es connatural a la raza humana, se cultiva, se aprende, se adquiere, muchas veces, a través del dolor ajeno.

Nunca olvido el caso de un viejo pastor a quién llegué a admirar por su honradez, que me decía que solía juzgar con mucha dureza a las mujeres que abandonaban a sus esposos por violencia doméstica. En su mente torcida por su cultura, suponía que ellas debían quedarse al lado del golpeador, porque al final ellas lo habían elegido, además, suponía que si eran maltratadas era porque algo hacían para enfadar a sus esposos. Su discurso era fuerte, coherente y dado con vehemencia, hasta el día fatídico cuando su hija lo llamó, luego de muchos titubeos para contarle que era maltratada por su esposo. Ese día, cambió todo, entendió a partir del dolor de su hija lo injusto que había sido con tantas personas. De allí en más se dedicó a pedir perdón y a aprender sobre el tema, para nunca más cometer el mismo error.

No puedes juzgar el dolor ajeno. No tienes derecho a medir con tus propios prejuicios y preconceptos lo que otra persona vive. Lo más que podemos hacer es escuchar, intentar empatizar, no juzgar y hacer lo que Jesús haría: Consolar, apoyar, amar y recibir al que sufre.

Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito: SALMOS DE VIDA 

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