Con fecha fija

“El Hijo del hombre será entregado para que lo crucifiquen” (Mateo 26:2)

Siempre me ha causado curiosidad saber qué pasaba por la mente de Jesús, el sabía con total certeza que no sólo moriría, sino que además entendía claramente que moriría crucificado. La peor muerte en ese tiempo que estaba pensada no para matar, sino para torturar y hacer sufrir lo indesible a las víctimas que les tocaba experimentar esta crueldad.

Jesús sabía que tenía plazo fijo. Entendía claramente que había fecha para su muerte, por mucho que sus discípulos no sólo no lo entendieran sino que lo negaban, porque el cuadro les parecía tan irreal que sólo pensarlo les parecía imposible. No bastó que Cristo lo anunciara, ellos, simplemente, se negaron a creerlo.

Todos los seres humanos tenemos plazo fijo, una cita con la muerte que es ineludible, por mucho que finjamos que nunca va a ocurrir, pero está allí, al final del camino esperándonos, sin que podamos evitarlo. En el cementerio nos juntaremos todos, villanos e inocentes, tiranos y perseguidos, ateos y creyentes, tolerantes e intolerantes, violentos y pacíficos, honestos y deshonestos... todos tenemos una cita con la muerte. La diferencia que la mayoría de las personas tiende a ignorarlo y hacer como si eso nunca fuera a ocurrir.

Cristo entendía que tendría que pasar por esa experiencia, que era la única forma de proveer vida, que para que fuera posible, debía beber el trago amargo del dolor y la muerte. Pero, valió la pena. Su muerte nos concedió vida. Su dolor nos proveyó esperanza. Sus gritos de agonía han permitido que los creyentes tengamos gritos de alegría y alabanza. Su muerte fue nuestra vida. Es su legado.

“Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando” (Rabindranath Tagore)

Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito: Reflexiones al amanecer

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