Incredulidad


“Que baje ahora de la cruz ese Cristo, el rey de Israel, para que veamos y creamos. También lo insultaban los que estaban crucificados con él” (Marcos 15:32)

La incredulidad suele teñirse de crueldad, especialmente si se trata de burlarse de las creencias de alguien, en este caso de Jesús, colgado en la cruz y recibiendo la retahila de insultos e imprecasiones que lanzan los que contemplan la escena, incluso, los que están al lado de Cristo en agonía.

La incredulidad es una de las tantas caras de la soberbia. Es la manifestación arrogante de quienes deciden no creer pese a todas las evidencias para hacerlo. Es una condición elegida, en ningún caso, casual, sino que se asienta en la historia particular de cada individuo.

Jesús no dice nada. Deja que las palabrotas y los epítetos de grueso calibre resbalen. Sabe que todos esos hombre que gritan obsenidades, no son más que víctimas de sus propios prejuicios y estereotipos. Cristo siente compasión por esa gente perdida y mal hablada.

Los incrédulos se alimentan de la burla. Es como si el insulto fuera su medio más natural para manifestarse. No son capaces de mantener un díalogo constructivo y argumentativo, enseguida, surgen con expresiones de desprecio y descalificación frente a los que sostienen ideas en las cuales ellos no creen.

Cristo recibió todo tipo de descalificaciones, así que no debería asombrarnos que a sus hijos y seguidores les ocurra lo mismo. Muchos actúan como si a los cristianos no les fuera a ocurrir nada malo, aún cuando la Biblia y el mismo Jesús anuncia dolores, persecusiones y muerte. Esta es la hora de definirse si a favor de los burladores o no.

“Frecuentemente la incredulidad se disfraza de humildad. Y lamentablemente se volverá un estilo de vida si es abrazada como una virtud” (Bill Johnson)


Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito: Reflexiones al amanecer

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