“Sólo una cosa he pedido al Señor, sólo una cosa deseo: estar en el templo del Señor todos los días de mi vida, para adorarlo en su templo y contemplar su hermosura” (Salmo 27:4 DHH)
Este versículo es una hipérbole, giro poético ligado a la exageración. ¿Habitar todos los días en el templo? Ciertamente está expresando un deseo David, en el contexto de lo que significaba para un buen judío el templo, que no tiene el mismo sentido para los cristianos en la actualidad.
El templo de Israel no era un lugar de predicaciones ni de encuentro comunitario, para eso estaban las sinagogas. A veces tenemos la tendencia de interpretar el pasado con premisas actuales. Nuestros templos, creación que data del tiempo de Constantino, tienen el sentido de lugares donde la gente se congrega para adorar y escuchar predicaciones. El templo de Israel tenía un sentido totalmente diferente.
Para empezar, en la mentalidad Israelita había un sólo lugar que mereciera llamarse templo, y ese era el lugar donde habitaba Dios, que se expresaba simbólicamente con la shekinah, es decir, con la luminosidad que salía desde el altar del pacto y que alumbraba todo el campamento de Israel. Era posible ver esa luz a kilómetros de distancia. Era la representación gráfica y patente de la presencia de Dios en medio de su pueblo.
El tabernáculo era una representación simbólica del cielo y del trono de Dios. Eso significaba que cuando el sacerdote todos los días ingresaba a presentar ofrendas al lugar santo, estaba yendo a la presencia de Dios. El momento más sagrado era el día en que el sumo sacerdote ingresaba a la presencia misma de Dios, es decir, al lugar santísimo, donde estaba el altar del pacto, que era un símbolo del trono de Dios.
Por lo tanto, cuando David está expresando querer “vivir” en el templo, lo que está diciendo es su deseo de estar permanentemente en la presencia de Dios, para adorarlo y contemplar su hermosura. Es un lindo anhelo que cada creyente debe tener.
Cada persona que acepta a Dios como su salvador y guía puede gozar de estar en la presencia de Dios. No tenemos un templo real, pero el espíritu santo mora en nosotros convirtiéndonos en los templos donde Dios habita, sólo si lo permitimos.
Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito: SALMOS DE VIDA

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